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La Gloria del Básquetbol

El Dream Team Argentino. Capítulo I

Autor: Eduardo de la Vega (Argentina) - 02/01/2007 - 9944 lecturas.


"Compra del libro contrareembolso": lagloriadelbasquetbol@yahoo.com
Autor del Libro: La Gloria del Básquetbol. Genealogía del Dream Team Argentino

Capítulo I:
En los Juegos Olímpicos de Atenas, al igual que en el mundial de Indianapolis, el básquetbol argentino sorprendía al mundo del deporte. Un nuevo Dream Team brillaba frente a las grandes potencias basquetbolísticas mientras un público anonadado no terminaba de asimilar aquella novedad.

El nivel alcanzado por Argentina en el básquetbol del mundo resultaba inimaginable poco tiempo atrás. Los títulos alcanzado contrastaban fuertemente con los obtenido en la etapa previa inmediata. Luego de dos décadas de la creación de la Liga Nacional, no se había visto –si excluimos los últimos resultados– un progreso notable en el equipo nacional. En los Juegos Olímpicos de Atlanta (1996) y Sydney (2000), en los Mundiales de Argentina (1990). España (1994) y Grecia (1998), el rendimiento argentino no fue brillante y tampoco evidenció una mejora significativa con respecto a la etapa anterior.
Esta ausencia de progresos contrasta con la espectacularidad del posterior despegue, con el carácter vertiginoso del mismo. Lo inesperado de la hazaña tuvo la impronta de una novedad, las características del milagro. Nada permitía prever lo que iba a ocurrir.
No estaba en los planes que la Argentina pudiera estar en la final Indianapolis, jugando de igual a igual con los yugoslavos, rusos o norteamericanos.  Lo inesperado sorprendió hasta a sus mismos protagonistas y un profundo anonadamiento enmudeció a la mayoría de los especialistas del establishment local.
Más allá de las notas periodísticas obligadas, no han surgido aún los interrogantes, hipótesis, formulaciones, etc. que precisen y busquen explicaciones sobre la magnitud de este acontecimiento junto a las razones de su novedad.
Resulta inadecuada cualquier explicación simple y lineal que intente dar cuenta del increíble éxito del básquetbol argentino sin aludir a un conjunto de procesos complejos que permitieron dicho despliegue o contribuyeron específicamente en su producción.
Es evidente –en un primer análisis– que el nivel alcanzado está vinculado con la profesionalización del básquetbol y la creación de la Liga Nacional en 1985. Desde entonces, los equipos argentinos triunfaron  en las ligas sudamericanas (Olimpia, Atenas, Libertad, etc.), muchos jugadores argentinos emigraron y triunfaron en Europa y algunos pudieron ingresar al templo sagrado de la NBA. El más destacado, Emanuel Ginóbili, fue contratado por uno de los equipos más poderosos de la superliga y, tras obtener dos título de campeón en su tercer año en los Estados Unidos, se ha convertido en una estrella del deporte mundial.
Sin embargo, existen otros factores –tal vez tan importantes como el primero– que contribuyeron en la explosión reciente del básquetbol argentino.
Algunos especialista han señalado que el equipo de Indianapolis y Grecia estuvo integrados prácticamente en su totalidad por jugadores argentinos que estaban jugando desde hace varios años en las ligas europeas o en la NBA.
De esta forma, el mérito no sería sólo de la competencia nacional sino también de la inclusión de los basquetbolistas argentinos en las ligas foráneas –de mayor nivel competitivo.
Otro factor determinante lo constituye, sin duda, la estabilidad, continuidad y trabajo intenso en el staff de la selección. No sólo en lo concerniente a los equipos mayores sino también con relación a cadetes, juveniles y sub-veintidos.
Finalmente, es preciso consignar otros condicionamientos, tal vez más generales pero de gran eficacia en el progreso no sólo del básquetbol sino de los deportes en general. Se trata de un cambio –el cual se habría dado en los últimos años y sería paralelo a la profunda crisis económica– en la cultura y el imaginario colectivo en cuanto al prestigio del deporte y su utilización como instancia de promoción y ascenso social.
A partir de  estos argumentos, pareciera que fuese necesario interrogar, o al menos relativizar cualquier esquema simple que no contemple la complejidad del escenario en cuestión. O al menos, introducir nuevas hipótesis que complejicen, complementen o reformulen las explicaciones apresuradas de un discurso que recorre los atajos de la simplicidad.
En este capítulo, intentaremos analizar los factores que posibilitaron el desarrollo basquetbolístico en la Argentina, particularmente con relación a los recientes resultados internacionales que lo promovieron al primer nivel del básquetbol mundial y, en forma más general, con respecto a los procesos de globalización del deporte y sus efectos en el escenario local.

1. LA LIGA NACIONAL Y LA PROFESIONALIZACIÓN

La Liga Nacional, creada en 1985, modificó toda la estructura institucional y competitiva del básquetbol en nuestro país.  La organización anterior –inspirada en el modelo asociacionista y amateur– estaba asentada en una esquema que ascendía desde los clubes, pasaba por las Asociaciones (zonales) y Federaciones (provinciales), hasta llegar a la Confederación Argentina de Básquetbol (nacional).
El modelo adoptado –el cual apuntó hacia la profesionalización del deporte– creó un nuevo organismo, la Asociación de Clubes, encargado de los destinos de la nueva competencia nacional.
Con el objetivo de transformar al básquetbol en un atractivo espectáculo se creó una competencia de duración anual (tomando como referencia a las ligas europeas y a la NBA norteamericana) que estimuló la creación de clubes-empresas, al tiempo que se permitió la utilización de jugadores norteamericanos, para nivelar los equipos y desarrollar el nivel de la competencia local.
Resulta evidente que el mayor mérito de la Liga ha sido la capacidad que tuvo, por lo menos hasta el presente, para atraer recursos financieros. Una cantidad importante de capitales se han volcado hacia el básquetbol, financiando desde 1984, la participación de 16 equipos en el nivel A, 16 en el Torneo Nacional de Ascenso (TNA), 28 en B, y una cantidad difícil de determinar, pero importante, en los niveles inferiores que aspiran a ingresar en la Liga Nacional.
Esos recurso provienen de pequeñas y medianas empresas, de diversos ámbitos políticos, y de los derechos por televisación. El más importante de todos  parece ser el aportado por la TV, que ascendía –mientras se mantuvo la convertibilidad monetaria– a 280.000 U$D, por equipo (liga A), y 40.000 U$D (para el TNA).
Esta transferencia de recursos ha sido de fundamental importancia, colocando al básquetbol en una situación de privilegio en tanto favoreció su desarrollo interno y su proyección nacional.
En la actualidad, hay sesenta equipos que cuentan con jugadores y cuerpo técnico rentado en Liga Nacional, más una cantidad posiblemente tres veces superior a la anterior que participan de campeonatos locales, regionales y federativos.
Un indicador que permite dimensionar el impacto que ha tenido la profesionalización en el crecimiento del básquetbol argentino, lo constituye la gran cantidad de jugadores que participan en competencias extranjeras. Según un estudio reciente, 218 basquetbolistas participaron en el año 2004 en competencias de Italia, España, Estados Unidos, Grecia, Inglaterra y Alemania; y 29 entrenadores dirigían en distintos países latinoamericanos, España e Israel.
La increíble cantidad de jugadores de básquetbol que han emigrado del país es paralela al crecimiento aludido, y ha aumentado geométricamente en los últimos años, favorecida –sin duda– por las nuevas leyes europeas sobre la nacionalidad.
Otro mérito de la Liga parece haber sido –como lo prometieron sus fundadores– el desarrollo del deporte en calidad y no sólo en cantidad. Más adelante examinaremos en detalle esta afirmación, pero resulta evidente que el básquetbol argentino –descontando el impacto que ha tenido en nuestros jugadores europeos el acceso a una competencia mayor– ha elevado su nivel desde la creación de la Liga Nacional.
Para avanzar sobre esta hipótesis es necesario analizar el historial de los campeonatos internacionales de clubes, los cuales se juegan sin la participación de los jugadores argentinos que compiten en el exterior.
La historia del Campeonato Sudamericano de Clubes –disputado desde 1946– muestra la irrupción de los equipos argentinos (Ferro Carril Oeste, Atenas, etc.) en los primeros puestos, luego de la creación de la Liga Nacional. Si bien dicha irrupción había comenzado antes de 1985  –cuestión que merece un análisis más fino– es evidente que el progreso de los equipos argentinos coincidió con la creación de la Liga Nacional.
El avance de los argentinos resulta más evidente si se analiza las nueve ediciones de la Liga Sudamericana, donde en seis oportunidades triunfaron los equipos de nuestro país.
Más adelante analizaremos la creación y consolidación de la Liga Nacional en el contexto de los procesos de globalización de los espectáculos deportivos. Indagaremos allí algunas cuestiones y problema inherentes, no solo a la Liga, sino también a muchas de las prácticas que han sido tomadas y reformuladas por el flujo globalizador.
No obstante, debemos consignar que la Liga Nacional ha sido un factor de gran importancia en el desarrollo del básquetbol argentino, aunque dicho impacto deba ser dimensionado, y puesto en correspondencia con un conjunto de determinaciones complejas cuyas coordenadas también es necesario precisar.

2. LA LEGIÓN EXTRANJERA

La partida de los jugadores argentino hacia el extranjero no es un fenómeno reciente.
En realidad, el primer basquetbolista que emigró fue Oscar Furlong, quien luego de su consagración en el cincuenta recibió tres ofertas de la NBA, para terminar en la Southern Methodist University de Dallas (división 1 de la NCAA) donde jugó entre 1953 y 1956.
El primero jugador en irse a Italia fue Alberto Desimone, en 1964. Lo siguieron D’Aquila, Masolini, Riofrío, Ferello y Firpo. En la década siguiente, el éxodo debilitó nuevamente a los equipos locales cuando Rafaelli, Perazzo, Prato y Monachesi se fueron también a Italia, mientras que Gehmann y González pasaron al Palmeiras del Brasil. Juan D. De la Cruz y Esteban Pérez jugaron en España, mientras que Hernán Montenegro lo hizo en Italia, algunos años después.
La novedad está dada entonces por el éxodo masivo, pues hace unas cuatro décadas atrás ya había varios internacionales argentinos jugando en el exterior. Algunos de ellos tuvieron actuaciones sobresalientes aunque finalmente fueron perjudicados cuando la figura del oriundi desapareció.
En 1975, la revista El Gráfico publicaba un artículo titulado “Italia los Sigue Admirando”, donde reseñaba la trayectoria de varios jugadores argentinos en aquél país. Reproducimos algunos pasajes:

“Hace unos diez años Italia pareció dispuesta a imitar en el básquetbol lo que ya era una tradición casi histórica en el fútbol (...) Y así llegaron a Italia Guillermo Riofrío, el Caña De Simone, Carlos D’Aquila, Carlos Ferello, Masolini (...)
De aquella corriente migratoria nutrida con apellidos de itálico origen, sólo quedan en la península Ferello y D’Aquila. Riofrío y Masolini regresaron a la Argentina hace ya varios años. La vuelta de De Simone es más reciente, luego de una campaña excepcional en el Forst de Cantú. En esta ciudad, ubicada a pocos kilómetros de Milán, que transpira básquet por todos sus poros, el nombre de De Simone sigue pronunciándose casi reverentemente.
(...)
Una revista especializada lo ubicó (a Ferello) entre los diez jugadores más completos. Figura entre los 15 mejores goleadores con un promedio de 18 puntos por partido. Anda con un goleo promedio de 40% desde afuera y de 65% debajo del tablero. Es el capitán del Brill Cagliari, el equipo de la isla de Cerdeña (...) Tiene en suma, una de las cotizaciones más altas del mercado italiano. (...) 
Desimone y D ‘Aquila fueron campeones de Italia  en 1968 con el Forst Cantú. Este último pasó luego al Fides Partenope con el que siempre estuvo entre los cuatro primeros de la Liga Italiana y ganó incluso la Copa de Europa en 1970.
Carlos Rafaelli –un notable antecesor de Ginóbili– había partido en 1976 para jugar en el Alco Bologna en la A1 de Italia. En aquél contexto, Rafaelli brilló rápidamente y su equipo llegó tercero en el liga italiana. Jugó muy bien el primer año –tuvo 19,8 de promedio en la fase regular y 21,8 en la final – pero antes de comenzar su segundo año se eliminó la ley del oriundo y los argentinos debieron competir con los norteamericanos por las dos plazas de extranjeros.
No obstante, Rafaelli volvió a jugar en el Alco, esta vez como extranjero. Tras sobresalir en su primera temporada, los italianos prefirieron al argentino en lugar de un refuerzo norteamericano, quienes dominaban entonces en el escenario internacional.
Hacia la década del noventa, la situación cambió radicalmente para los jugadores argentinos. Las nuevas leyes de la comunidad europea y la creciente globalización de la cultura –junto a la crisis económica que progresaba en la Argentina y llegó a su punto de inflexión en diciembre de 2001– estimuló la emigración de muchos jugadores con ascendencia española o italiana. Desde 1998 en adelante, una gran cantidad de basquetbolistas de nuestro país comenzaron a participar –tras obtener la doble ciudadanía– en las mejores ligas de Europa.
En el año 2004, como hemos consignado, 218 basquetbolistas jugaban en distintos escenarios del mundo, de los cuales, 38 eran considerados por el periodismo especializado como jugadores de elite. 
La diáspora del básquetbol argentino provocó –paradójicamente– el increíble desarrollo de su elite. Los mejores jugadores argentinos, luego de participar en distintos niveles de la competencia local, lograron acceder a un escenario mayor.
Las ligas españolas, griegas e italianas son –si observamos la calidad de sus jugadores– las más importantes de Europa; no tanto por mérito propio sino porque incorporan a los mejores técnicos y jugadores de la FIBA, y a los americanos que no logran  –o esperan– ingresar en la NBA.
Las ligas de Europa se han constituido en verdaderas competencias internacionales y, en los últimos años, han funcionado como un trampolín de despegue hacia la poderosa NBA.
Dicho camino ha sido recorrido por jugadores de la ex–Yugoslavia, Rusia, Lituania, Eslovenia, España, etc., a los que recientemente se han sumado los argentinos que brillaron en las Olimpíadas y el último Mundial.
Los grandes jugadores del Este –Sabonis, Nesterovic Kukoc, Rebraca, Bodiroga, etc.– pasaron por equipos como el Real Madrid, Kinder Bologna, FC Barcelona, Benetton Treviso, Panathinaikos, donde también brilló el virtuoso Dominique Wilkins, consagrado en la NBA.
Por otra parte, los técnicos yugoslavos –especialmente– son atraídos por los equipos más importantes, mientras las miradas después de Atenas comienzan a enfocar hacia América del Sur.
El baño de alta competencia que recibió la elite argentina radicada en Europa es doble. En primer lugar porque aquellas ligas son verdaderas competencias internacionalizadas. Y segundo, porque a través de los campeonatos europeos (Euroliga, Europa Cup, etc.), confrontan con los equipos del este de Europa –el otro bastión del virtuosismo y la calidad.
Luego de Atenas, Ginóbili respondía a un periodista que lo interrogaba sobre las causas del  crecimiento rápido y espectacular del básquetbol argentino, recordando el historial de los seleccionados juveniles argentinos:
“Históricamente los juveniles siempre han subido al podio. Faltaba un paso más. La sentencia Bosman que permitió el pasaporte comunitario permitió también la competencia con los mejores del mundo. Sin esa competencia, esta camada no hubiera logrado lo que se logró."? 
El técnico Rubén Magnano afirmó algo similar luego del Mundial de Indianapolis:
“La primer variable a tener en cuenta (del éxito del básquetbol) es que la mayoría de estos atletas no están en el país, no están desarrollándose acá. Y tal vez es la más importante de todas. (...)
El talento es nuestro, sale de acá del país. De eso no me cabe ninguna duda. Pero el desarrollo técnico, táctico, físico y, hasta en algunos casos, cultural, surge del estamento en el que están compitiendo. Por eso, que los muchachos estén jugando en el máximo nivel de FIBA y en la NBA es fundamental para el nivel de la Selección.”
La Liga Nacional ha permitido desarrollar, tanto en cantidad como en calidad, el básquetbol argentino. No obstante, sus beneficios no alcanzan para explicar la medalla olímpica o el subcampeonato mundial.
Seguramente, el eslabón que faltaba deba buscarse en ese nuevo escenario europeo del básquetbol transnacional; donde Ginóbili, Scola, Oberto, Nocioni, Delfino, Montecchia, Sánchez, Herrmann, Wolkowisky, Fernández, etc. conocieron lo mejor del básquetbol FIBA y tuvieron aquél sueño para transformarlo luego en realidad.

3. LA SELECCIÓN ARGENTINA

Luego de la proeza alcanzadas en 1950, el básquetbol argentino atravesó la noche más oscura de su historia desde el momento de su consolidación . En 1956, tras el golpe militar que derrocó a Perón, todos los jugadores que habían participado en el equipo del cincuenta –junto a un número importante de otros atletas de elite– fueron inhabilitados de por vida para la práctica del deporte.
Durante aquella larga noche se detuvo el desarrollo del básquetbol argentino mientras una burocracia corporativa consolidaba su aparato dirigencial.
En 1970, la Confederación lanzó un ambicioso proyecto de trabajo que apuntaba a preparar al equipo para las olimpíadas de Munich en 1972. Para llevar adelante dicha empresa, la Confederación recicló al técnico campeón mundial del cincuenta, Jorge Canavesi, quien convocó a tres equipos (A, B y juveniles hasta 18 años) y formó un cuerpo técnico que incluía  un gran número de colaboradores (técnicos, preparadores físicos, médicos). El staff tenía un carácter estable y, debido a la distribución geográfica de la convocatoria, la organización del trabajo articulabas etapas centralizada y otras de instrumentación regional.
El proyecto tuvo un fracaso estrepitoso –aunque la mayoría de lo previsto no se cumplió– y no se logró reposicionar al básquetbol argentino en el contexto regional. En el sudamericano de Montevideo, Argentina terminó 3º, detrás de Brasil y Uruguay, mientras que en los VI Juegos Panamericanos –jugados en Cali en 1971– la ubicación de la selección fue 5º, quedando afuera de Munich.
Más allá de los resultados, nos interesa profundizar en el debate que se desató después de Cali, y analizar la problemática que se dibuja tras los argumentos y las posiciones de los protagonistas en cuestión.
Las críticas ante el fracaso apuntaban –especialmente desde sectores del periodismo y de los técnicos– al corazón de la Confederación. Déficit en la mentalidad organizativa, falta de dirigentes capaces, falta de tiempo de preparación, de competencia internacional, de continuidad y estabilidad, etc.
Había coincidencia en señalar el talento del jugador argentino y su potencial productividad. Si Yugoslavia, Estados Unidos, Brasil  estaban por encima de nuestros equipos se debía –especialmente– a que gozaban de mejores condiciones en lo concerniente a su preparación.
En un contexto signado por la pobreza de resultados, por la burocratización y feudalización de la estructura confederativa, por el contraste que surgía de la confrontación con aquellos equipos que avanzaban hacia una profesionalización, comenzaba a surgir en los sectores mencionados un novedoso y promocionado proyecto de transformación.
Aquel proyecto –que retomaba el antiguo conflicto sobre la profesionalización y proponía un marco organizativo concreto– progresará y llegara hasta la fundación de la Liga Nacional.
Cuando en 1985  la Asociación de Clubes se hizo cargo de una gran parte del básquetbol nacional –precisamente su elite– la CABB perdió su hegemonía sobre el básquetbol argentino, y debió resignar –ante el avance del nuevo deporte profesional– sus antiguas pretensiones de amateurismo y poder.
El nuevo escenario no sólo incluía a nuevos interlocutores internos sino que se complejizaba, tras el aumento de la competencia internacional. A las citas históricas, como el Mundial, las Olimpíadas, el Sudamericano y los Panamericanos, tanto de mayores como de juveniles, se irá a sumar otras competencias para mayores, y dos nuevas categorías: cadetes y sub-21.
En 1979 se jugaba el 1er Campeonato Mundial de la categoría juvenil donde Argentina obtuvo el bronce . En 1984 se inicia el Campeonato Sudamericanos de cadetes, donde el equipo argentino siempre brilló. En el 2000 comienzan las competencias sub-21 (Sudamericano y Torneo de las Américas). Por otra parte, los mayores desde 1980 intervienen en el Torneo de las Américas y desde 1994 en los Juegos de la Buena Voluntad.
La nueva agenda obligó a reformular el antiguo credo amateurista y las políticas de improvisación que habían reinado en el espíritu de la Confederación.
Los cuerpos técnicos estables, permanentes y exclusivos de la selección; la continuidad de los jugadores y su promoción a través de una competencia diversificada y sostenida desde cadetes hasta el equipo mayor; una agenda prolífica de partidos amistosos anteriores a los encuentros oficiales junto a una preparación adecuada; la gestión de permisos, seguros, recursos, etc. fueron las novedades de aquella reformulación que aportaba la CABB.
La nueva política corría paralela a los progresos que se daban en distintos ámbitos del básquetbol argentino. En primer lugar, en las categorías formativas, donde siempre se destacó el equipo nacional. Segundo, en el escenario subcontinental, donde los clubes de la Liga ganaban protagonismo, especialmente en la Liga Sudamericana.  Y tercero, sobre el final del milenio, cuando sorprende la camada europea y comienza a mirarse con entusiasmo la agenda internacional.
4. EL EQUIPO DE LOS SUEÑOS
Osvaldo Orcasitas –el periodista especializado en básquetbol más importante de la actualidad– refiriéndose a la selección nacional decía que el aficionado al deporte en la Argentina era exquisito y  tenía “paladar negro", ya que exigía a un equipo nacional tres cosas fundamentales, cualquiera sea la disciplina: ”que juegue bien, que gane y que tenga entrega anímica.” Si reunía estas tres cualidades juntas lo consideraría un "equipado".
“Lo va seguir siempre y se hará hincha. Lo va a amar. En el fondo, por la sencilla y sublime razón de que se sentirá gratificado, alegre y feliz con "su" equipo.
Este romance –continuaba el artículo– nació el 16 de agosto del 2001. Argentina jugó en Neuquén el primer partido del 10° Torneo de las Américas ante Uruguay, ganando por 40 puntos, y la gente comprobó desde ahí que nuestra Selección Nacional de básquetbol amalgamaba todas estas virtudes y se hizo hincha suya. Cuando conquistó ese torneo, ya se avizoraba todo lo que podía venir después. Cuando en el Campeonato Mundial 2002 de Indianapolis pellizcó el título de campeón del mundo, produjo una conmoción popular y mediática impresionante. Apoteótica.” 
Además del virtuosismo, la eficacia y el sacrificio, se le atribuye al Dream Team argentino –por lo menos en su entorno mediático– humildad, espíritu solidario y sentido de pertenencia e identificación con la simbología nacional.
Las certeras descripciones de una psicología popular sitúan –mas allá de los contextos institucionales, sociales e históricos– aquello que es una configuración propia de este equipo en tanto cristalización de una singularidad de grupo o de un espíritu colectivo que emerge como mística.
No obstante, es necesario ver allí las coordenadas de una producción novedosa, la cual debe ser incluida dentro de lo que vamos a caracterizar como una psicología del inmigrante.
Cuando Ginóbili llegó a San Antonio y debió resignar su protagonismo anterior para luchar nuevamente por un lugar en esa tierra extranjera, dijo: "soy un jugador distinto, aunque puedo ser también el mismo de antes". 
Por otra parte, el estatuto de extranjero demanda un sacrificio, que no es sólo tributario de la voluntad de triunfar sino también de una culpa que debe ser compensada, reparada.
El extranjero, también, en cuánto toma consciencia de su condición,  conoce la necesidad de crear lazos que lo identifiquen y que le den seguridad.
Dicha búsqueda resulta problemática en un medio que podemos caracterizar   –siguiendo a Marc Augè– recurriendo a la cartografía de los no-lugares.  Las actuales superligas profesionales –de fútbol, básquetbol, béisbol, etc.– están atravesadas por una lógica que rompe con las identificaciones, la geografía y la historia locales.
La internacionalización, los controles, la televisación, etc. –problemáticas que retomaremos más adelante– convierten cada vez más a aquellos espacios surgidos del espíritu asociativos en lugares sin ubicación, en un no-lugar.
Seguramente, se produce un encuentro virtuoso cuando aquellos basquetbolistas de los no-lugares  –extranjeros eternos– hallan en el camino de la selección el simbolismo de la nacionalidad que los acerca al país lejano.
Deseos de triunfar, capacidad de adaptación, espíritu asociativo y solidario, voluntad de sacrificio, gratitud, amor por la patria perdida son atributos del inmigrante –no sólo del básquetbol– sino del inmigrante en general.
Finalmente, debemos consignar la pasión. El amor por el básquetbol se vincula al viejo espíritu amateur, que dibujó localismos y regionalismos, estableció identidades y pasiones, articuló un imaginario del deporte anudado al folklore, la aventura y la celebración.
El básquetbol en la Argentina tuvo mucho de aventura y de pasión. Desde el viaje en tren a través de varias provincias para jugar en el “más argentino de los campeonatos” hasta la creación de la Liga Nacional. Desde el misionariado de la Young Men’s Christian Association, que difundió el básquetbol en nuestro país, hasta la experiencia europea.  
Si es cierto, como sostiene Gilles Lipovetsky que, en el siglo XXI, el espíritu de aventura ha sido reemplazado por la rentabilidad , podemos suponer entonces que la epopeya del básquetbol argentino está atravesada por un reflujo original. En Atenas e Indianapolis habríamos asistido –a propósito del equipo de los sueños– al retorno de aquel fuego sagrado desde los reductos más exclusivos del básquetbol transnacional.



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