Un rasgo de los
docentes que lo son, 24 horas sobre 24
No se compra. No
se paga. No se puede inventar. El entusiasmo, ese juego espontáneo
del ser en todas sus dimensiones, es una joya cada vez menos
corriente. El entusiasta, la entusiasta, pone tanta dedicación y
empeño en aquello que los entusiasma, que fácilmente exceden los
límites físicos y a menudo los de la razón.
El “para qué”
suele ser incontestable. Una respuesta casi prohibida hoy en día:
“porque sí”. En este “porque sí”, sin más explicaciones, la
expresión de una decisión rotunda. El resultado de una toma de
posición que cambiará difícilmente. Y es claro. No hay razones que
puedan inducir a un cambio. Aquel o aquella, actúan “porque sí”. En
la educación, nos planteamos (casi rutinariamente) los por qué y los
para qué de nuestros lineamientos metodológicos.
Los “con qué”
están habituados a los límites, los recortes presupuestarios y los
infinitos recursos alternativos del profesor, que igualmente quiere
trabajar – y lo logra. Estos últimos son los “a pesar de”.
Sin embargo,
entre tanta organización y preocupación por las unidades, los
centros de atención, los recursos, los elementos y el cumplimiento
de los objetivos, no se ha dejado, tantas veces, un lugar para el
“porque sí”.
El entusiasmo,
dicen, como la risa, es contagioso. ¿No será cuestión de programar
también, de paso, un macro, un súper, un hiper-objetivo que
signifique entusiasmarse? Para el profesor y para los alumnos. Uno
mismo con la ventura de ser libre y conducir un grupo hacia las
grandes metas de la realización humana.
De todo el
universo, se sabe, unos pocos privilegiados hacen “lo que quieren”:
es decir, eligen su hacer en la vida. Se realizan, dicen algunos.
Responden al “vocatto”,
al llamado, a la vocación. Pueden pues, responder.
Vocaciones
realizadas, porque Dios quiso, porque la cultura no se opuso, porque
los padres (Ah! ¡Los padres!) pudieron lograr que los hijos
estudiaran, o investigaran, o aprendieran el oficio.
Los docentes
estamos, entre esos privilegiados, los vocacionales con suerte, los
que hacen en la vida lo que han querido hacer.
No se es docente
por error, sino por vocación. Al frente de su clase por pequeño o
humilde que sea, el docente es tal vez, el último de los creativos
al que quizás, algún día, aplaste la mecánica dureza de las
máquinas.
Hoy es contacto.
Es afecto. S risa y cara enojada. Es el administrador del juego. El
que da la mano, el que sostiene. El que aplaude a un niño con el
corazón más que con sus manos.
Somos los
docentes, más allá de la magritud de los sueldos y las quitas no
remunerativas, concientes de nuestra obligación al entusiasmo?
Hace ya muchos
años que los docentes estamos tristes y nos sentimos mal porque el
prestigio parece haber entrado en un tobogán de caída libre.
El entusiasmo,
sin embargo, sigue siendo un rasgo conmovedor y atractivo.
Vieras la
maestra, como se preocupa... y pensar lo poco que le pagan! Pero
ella es así.
Lo que quiere
decir: Así, “porque sí”-
Sin abandonar la
búsqueda de las soluciones laborales, la mejor forma de defender la
Escuela y el rol profesional, quizás deba articularse, hoy, en ese
olvidado “porque sí”. “Porque sí, porque soy docente, veinticuatro
horas sobre veinticuatro.”
La apatía de los
alumnos, un rasgo criticado por los docentes en las últimas décadas
debe ser revertido. ¿Sino se es entusiasta cuando la sangre circula
en juventud cuándo se lo será?
Los docentes
sabemos que la clase no es alegre si no nos sentimos alegres. Los
niños, los adolescentes, son tremendamente perceptivos. ¿Quién puede
disfrutar su clase si su profesor no lo disfruta?
Los docentes no
somos empleados de oficina, que pueden sin rubor, esconder su
desazón o su ira, o su malhumor, realizando igualmente su tarea con
eficiencia.
Los docentes,
heroicos en nuestro cotidiano enfrentamiento con los directivos, los
alumnos y los padres de los alumnos, somos como un espejo. O mejor,
una pantalla de proyección expuesta al deseo, las necesidades y los
intereses de nuestros alumnos. Y proyectamos, a la vez nuestra
propia personalidad y los sentimientos y emociones del momento.
No recitamos una
lección de historia ni marcamos lugares geográficos con un puntero
electrónico.
Hablamos y
gritamos a veces. Hacemos gestos de aprobación o reprobación.
Tocamos. Sostenemos. Mostramos si estamos cómodos o incómodos; si
tenemos frío o calor; si tenemos sueño o estamos cansados. Si
tenemos o no, ganas. Nos movemos en todo tiempo bajo la observación
interesada y minuciosa de nuestros jóvenes alumnos.
Sabemos que nos
están “estudiando”. Como nosotros a ellos. Que nos están
“evaluando”. Como nosotros a ellos.
Que se están
entusiasmando, o no, casi con el mismo ritmo con que late nuestro
corazón. Atento, irritado, desganado, aburrido o apasionado.
Los niños y los
adolescentes pueden llegar a querernos. Y mucho.
Cuando nos
quieren, con algunos de nuestros rasgos de conducta, habrán de
identificarse, conciente o inconcientemente.
Quien pudiera
regalarles nuestro entusiasmo! Sin escalafón. Sin premio. Con el
amor verdadero, totalmente gratuito.
Así, “porque sí” |