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Reflexiones sobre la problemática del cuerpo y la subjetividad

La Psicología del deporte

Eduardo de la Vega

delavega@enredes.com.ar

Firmat, setiembre de 2000

Introducción

La psicología es la  primer disciplina del campo de las humanidades que tomó como objeto de estudio y de intervención al deporte. Actualmente, la psicología del deporte cuenta con un desarrollo considerable, tanto en las producciones teóricas y técnico-metodológicas, como en su presencia académica y en la producción de textos y materiales de divulgación.

La psicología del deporte se desarrolló en un primer momento en Estados Unidos y  la ex Unión Soviética para expandirse luego hacia los principales países europeos, Cuba y Canadá.

El notable desarrollo de la psicología del deporte y su aplicación práctica parecen estar vinculado con la capacidad que adquirió la misma para servir como instrumento eficaz en la obtención del éxito deportivo. Dicha capacidad fue adquirida a través de la adopción de ciertos paradigmas teóricos –como la psicología neoconductista y el cognitivismo– que poseen una gran capacidad para modelar el pensamiento y la conducta humana.

El neoconductismo concibe al hombre como un organismo que reacciona, adaptándose, a los estímulos del medio. El cognitivismo, por su parte, sostiene que las imágenes y los pensamientos del hombre son determinantes de todo lo que el mismo hace.

El primero estudia los estímulos que recibe un deportista en su práctica cotidiana y define la manera correcta en que dichos estímulos deben formularse para obtener lo que se desea. Desde esta perspectiva, se han diseñado técnicas de modificación de la conducta (reforzamientos, retroalimentación, establecimiento de metas, etc.) que se utilizan en el aprendizaje y el entrenamiento deportivo.

 La psicología cognitiva por su parte, elabora técnicas de control del pensamiento, de visualización de imágenes, de relajación, de energetización que sirven al deportista para mejorar su rendimiento. Dichas técnicas deben ser aprendidas y practicadas regularmente lo que justifica la inclusión de un psicólogo en los equipos deportivos.

Neoconductismo, cognitivismo y contexto social.

En nuestro medio, el enfoque conductista ha sido ampliamente criticado, especialmente en el campo de la educación. El conductismo concibe al hombre como un organismo que se adapta a lo que el medio requiere de él, por lo que diseña técnicas de intervención que apuntan al logro de dicha adaptación. El sujeto, desde esta perspectiva, es absolutamente pasivo, no construye ni transforma, solamente reproduce aquello que se debe transmitir.

El cognitivismo –menos conocido en nuestro medio– ha sido también, aunque en menor escala, objeto de análisis y se han formulado críticas sobre sus fundamentos teóricos y metodológicos.

Algunas de estas impugnaciones provienen de la misma psicología del deporte. J. Cruz y J. Riera consideran que la utilización del paradigma cognitivo en psicología del deporte ha tenido algunas consecuencias negativas, entre las que destaca el olvido de los contextos ambientales y sociales tras la postulación de los procesos mentales como las causas        –prácticamente excluyentes– del comportamiento humano.[1]

Desde nuestra perspectiva, creemos que tanto el cognitivismo como el conductismo desconocen las características fundamentales de los contextos sociales en los que se desarrollan las prácticas deportivas.

El conductismo las desconoce en la medida en que asimila el medio social al medio biológico (animal y vegetal). Es sólo en éste último ámbito dónde los organismos se adaptan al medio sin transformarlo. El hombre, en cambio, transforma al medio del cual surge, al mismo tiempo que se transforma a sí mismo.

El cognitivismo desconoce que el pensamiento es un producto social/ histórico y que sólo desde dicha perspectiva puede entenderse lo que hace o deja de hacer el hombre, tanto en deporte, como en cualquier otro ámbito de la práctica social.

Las intervenciones de la psicología del deporte dejan intactas las relaciones sociales que se establecen en la práctica deportiva. O si intervienen[2], desconocen aquello que es esencial a las mismas: las relaciones de poder que organizan y determinan las modalidades de dicha práctica.

Deporte y poder: los cuerpos dóciles:

El deporte, como la mayoría de las prácticas de nuestra sociedad, se organiza en función de relaciones de poder que la atraviesan en todos sus niveles. Entre el dueño del equipo y el entrenador (o el manager), entre estos y los jugadores, entro los jugadores mismos (veteranos y novatos), se establecen vínculos asimétricos y jerárquicos que regulan y normatizan el dominio del deporte.

La manera que cada uno de estos actores se posiciona con respecto a dichas relaciones es fundamental en la dinámica de todo lo que ocurre en un ámbito deportivo determinado.

Phill  Jackson, el entrenador del famoso equipo de básquetbol Chicago Bull’s, expone en su libro Aros Sagrados[3], los aspectos esenciales de su filosofía de conducción. Define su posición como conductor de uno de los equipos más importantes de la N.B.A, tanto con relación a la dinámica del grupo como a la del contexto microsocial en el cual se desarrolla la competencia.

Jackson describe su lugar de conducción como el de un ‘líder invisible’, inspirado en la filosofía Zen y en oposición a los estilos autoritarios.

Jackson analiza el poder que detenta un entrenador en el ámbito de la N.B.A. y lo compara con el de otros entrenadores que se desempeñan en el deporte universitario:

Bobby Knight, entrenador de la Universidad de Indiana, una vez dijo que nunca podría trabajar en la N.B.A. porque los entrenadores no tenían ningún poder sobre los jugadores. Mi pregunta es: ¿Cuánto poder se necesita? Es verdad que los entrenadores de la N.B.A. no tienen el poder autocrático de alguien como Knight, pero tenemos mucho más poder del que parece. El origen de ese poder es el hecho de que los entrenadores hemos jugado un papel principal en la vida de los jugadores desde que eran chicos. Los jugadores están acostumbrados a tener una figura de autoridad diciéndoles qué hacer y la única razón por la que han llegado donde han llegado es que, en algún momento, en algún lugar escucharon a un entrenador decirles lo que les tenía de decir. La manera de aprovechar esa energía no es siendo autocrático, sino trabajando con los jugadores, dándoles una responsabilidad cada vez mayor para que moldeen sus roles”.[4]

No es difícil entender porqué no es posible ejercer el poder en los equipos de la N.B.A. de la misma forma que en las universidades, como en el caso de Indiana. La liga profesional norteamericana de básquetbol es una de las elites deportivas más exclusivas del mundo y uno de los negocios más importante de la actualidad. Sólo acceden a ella algunos pocos jugadores entre cientos de miles que practican el deporte en las universidades norteamericanas. Los basquetbolistas de la N.B.A., como se sabe, son los mejores deportista del mundo en su especialidad, además de ser famosos y ganar mucho dinero. Esto, por supuesto, les da poder, a veces superior al que poseen los técnicos.

Jackson, sin embargo, sitúa un elemento clave para entender las relaciones interhumanas en el deporte profesional, o en cualquier otro ámbito: esto es, que nuestra cultura se edifica sobre relaciones de poder, de atribución del saber, que se modelan no sólo en la historia individual de una persona sino también, y fundamentalmente, desde los procesos históricos y sociales.

Michel Foucault ha investigado las formas en que los cuerpos, en las sociedades modernas, son tomados como blanco de estrategias que buscan especializarlo, aumentar sus fuerzas y capacidades, implantar nuevas formas de placer,  a la vez que lo hacen más dócil y lo someten a nuevas y sofisticadas formas de dominación.

Foucault sostiene que las sociedades modernas se edificaron sobre las bases de relaciones de poder que en principio no utilizan la violencia sino que se fundamentan sobre el desarrollo de las técnicas de disciplina y normalización.

Estas técnicas fueron implantadas socialmente por las órdenes religiosas, por la escuela pública, por el ejército y por otras instituciones que nacieron con la sociedad moderna. El deporte –nacido a principio del siglo XVIII en los exclusivos reductos de la burguesía   inglesa– es otra de las instituciones que contribuyeron en la creación y generalización de las disciplinas.[5]

El ámbito deportivo es uno de los lugares privilegiados desde donde se desplegó este trabajo sobre el cuerpo. Desde sus orígenes mismos,  el deporte surge como el resultado de la imposición de códigos a los violentos juegos practicados durante el medioevo.

La caza del zorro fue uno de los primeros pasatiempos que adquirió la forma de los deportes actuales cuando surgieron las restricciones que transformaron las antiguas y sangrientas práctica de cacería. En estas, el placer estaba puesto, principalmente, en matar y comer al animal. Al prohibirse al cazador matar al animal (en su lugar lo harían los perros, cuidadosamente entrenados para perseguir y matar al zorro) el placer del deporte se desplaza ahora de su conclusión al desarrollo del mismo.

Procesos similares a los que describimos con relación a la caza del zorro, ocurrieron también a propósito de los juegos con pelota, las carreras, la  lucha, etc. La introducción de códigos progresó luego hasta las formas de institucionalización del deporte que conocemos actualmente. De los códigos de caballeros y el club se pasó a las asociaciones, a los reglamentos escritos y a las diversas instancias de control. Finalmente, la formación de federaciones y confederaciones estableció las coordenadas del mapa deportivo actual.

El proceso por medio del cual surge el deporte moderno muestra que la violencia de las antiguas prácticas fue sustituida por la introducción de sistemas de normas y controles diversos. El dueño del equipo, los jueces, los reglamentos, el entrenador, el preparador físico, etc.

El nuevo dispositivo estableció una primera división entre quienes juegan y quienes controlan el juego. Inmediatamente apareció una segunda división, entre los que saben sobre el juego y aquellos que sólo juegan. Ambas particiones se ensamblaron mutuamente: el saber se articula de ahora en más como una nueva forma de control y dominación.

Anteriormente estas divisiones no existían. Durante el medioevo, no había ningún tipo de controles en los pasatiempos –sólo algunas tradiciones– y todos jugaban, ni siquiera había espectadores.[6] Tampoco había entrenadores que enseñaran; el aprendizaje se realizaba jugando.

Esta relación con el aprendizaje no la encontramos sólo con relación a los juegos; en las sociedades premodernas –dónde no existía la escuela como institución universal– el aprendizaje de las tareas necesarias para la vida cotidiana se realizaba en forma práctica, es decir, el conocimiento se  desarrollaba en una relación en la cual el maestro guiaba al aprendiz en su encuentro con una práctica específica.

Con el entrenador surgió la figura del especialista y el aprendizaje comenzó a regularse en función de la apropiación del saber por parte del mismo y del control disciplinar que realiza sobre los deportistas.

Al entrenador le sucedieron otros especialistas: el preparador físico, el metodólogo, el nutricionista, el kinesiólogo, el psicólogo, etc. Tal vez, todos ellos constituyan una red de poder, que no utiliza mecanismos de violencia, pero que se ejerce en forma continua e ininterrumpida, no sólo en deporte, sino también, en la mayoría de las prácticas que constituyen nuestra sociedad.

La psicología del deporte –como las demás disciplinas científicas– especializa el saber sobre el deporte, anexa zonas de conocimiento, aumentan el rendimiento  del cuerpo, a la vez que introducen nuevos propietarios del saber y nuevas formas de domesticación y sometimiento.

  La policía del pensamiento:

Existen pruebas experimentales que demuestran que un pensamiento o una imagen determinada pone en funcionamiento dispositivos hormonales, neurales y musculares relacionados con los mismos. Este es el axioma principal del cognitivismo sobre el que se funda la mayoría de sus propuestas teóricas  y de sus intervenciones técnicas-metodológicas: el cuerpo tiende a hacer lo que la mente se representa.

Otras investigaciones han demostrado que el estrés se presenta siempre acompañado por un conjunto de respuestas fisiológicas del organismo: aumento de la presión sanguínea, del ritmo respiratorio y cardíaco, de la sudoración, de la secreción de adrenalina, etc. Por otra parte, cuando el sujeto se encuentra ante situaciones deportiva estresantes, aumenta la actividad eléctrica de los nervios que gobiernan la actividad muscular, produciendo el acortamiento de los mismos y la pérdida de la flexibilidad y relajación necesarias para la práctica del deporte.

En situaciones de estrés es posible inducir al deportista a representarse imágenes o pensamientos de relajación para disminuir la tensión. También, para conseguir los niveles óptimos de activación se pueden utilizar las técnicas de visualización y control del pensamiento haciendo que el deportista se represente mentalmente las acciones que realizará durante el juego.

El sueño del pibe:

22 de junio de 1986, otro día que no voy a olvidar mientras viva, nunca... aquel partido en el Mundial de México contra los ingleses, peleado, apretado con el negrito Barnes complicándonos las cosa al final. Y con mis dos goles. ¡Mis dos goles! Del segundo muchas cosa...: creo que es el gol soñado. Yo en fiorito soñaba con algún día hacer un gol así en la canchita, con el Estrella Roja, y lo hice en el mundial, para mi país y en una final. Sí, una final. Porque con todo lo que representaba, jugábamos una final contra Inglaterra. El segundo fue, como dije, el gol que uno sueña de pibito. Nosotros, en el potrero, cuando hacíamos algo así o parecido, decíamos que lo habíamos mareado al rival, lo habíamos vuelto loco... fue... no sé, cuando yo vuelvo a verlo, me parece mentira haberlo logrado, en serio. No porque lo haya hecho yo, pero te parece que no se puede hacer un gol así, que lo podrás soñar, pero nunca lo vas a concretar. Cualquier deportista sueña con el estadio lleno y él como protagonista de una jugada memorable que otorga el triunfo a su equipo. Imagina, piensa, se representa el escenario una y otra vez junto al despliegue virtuoso que lo llevará a la gloria. El deseo que lo hace soñar es el mismo que le hizo elegir el deporte que practica y que le permite soportar sin mayores inconvenientes las duras exigencias que la práctica del mismo le demanda.

Los psicólogos del deporte han descubierto esto y han pretendido que si los deportistas exitosos sueñan con el triunfo y la gloria, es posible entonces hacer que todos los deportistas hagan lo mismo como respuesta a un programa de entrenamiento mental.

La intervención del psicólogo tiene como objetivo estimular y recompensar que cada deportista sueñe, piense o fantasee con el escenario en el que deberá actuar. Es decir, cada jugador además de entrenar las destrezas físicas, técnicas y estratégicas de su deporte,  deberá aprender y entrenar, bajo la conducción planificada y rigurosa del nuevo especialista, las destrezas psicológicas que mejorarán su rendimiento.

La imaginación y el pensamiento se convierten en objetos de una intervención que apunta a optimizar el rendimiento del cuerpo. Dicha intervención introduce un nuevo agente disciplinador, quien va más allá de las tradicionales intervenciones técnicas o reglamentarias; se trata ahora de disciplinar los sueños, las fantasías, el deseo y, por supuesto, al sujeto que sostiene dicho deseo.

J. Lorenzo Gonzalez, en su manual de Psicología del Deporte, hace referencia a una investigación que se realizó para estudiar las formas de intervención de un exitoso entrenador de básquetbol, donde se reproduce el reproche que el entrenador en cuestión hace a un jugador de su equipo: “¿Cuántas veces tengo que decirte que ensayes en tu cabeza antes de tirar a canasta?”[7]

El episodio citado por Gonzalez –el cual muestra como la psicología del deporte ha impregnado las prácticas deportivas– da un magnífico testimonio de la forma en que la intervención conductista/cognitiva intenta controlar los procesos imaginarios y del pensamiento.

Como vemos, el psicólogo, o en muchas oportunidades el mismo entrenador, legitima un rol de vigilancia psicológica, una especie de ‘policía del pensamiento’ que controla e induce a los deportistas a fantasear y soñar con las destrezas que exitosamente deberán producir.

La psicología del deporte –de acuerdo a sus paradigmas actuales y a sus instrumentos de intervención institucionalizados– instala en el ámbito deportivo nuevas relaciones, jerarquías y controles, así como también nuevos anudamientos entre el saber y el poder.

[1] Jaume Cruz y Joan Riera: Psicología del Deporte. Aplicaciones y Perspectivas. Ed. Martinez Roca. Barcelona. 1991-

[2] En los últimos años, ha aparecido en el ámbito de los estudios sobre el deporte una cantidad importante de trabajos –provenientes de la microsociología empresarial norteamericana– que enfocan los fenómenos de liderazgo y gerenciamiento, cuestionando las relaciones de poder pero sólo en el  ámbito del grupo y, por supuesto, sin abordar la temática de la propiedad de los medios de producción.

[3] Phill Jaskson and Hug Delehanty: Sacred Hoops. Spiritual Lessons of a Hardwood Warrior. Yperion. 1995.

[4]  Ibid. P.

[5] E. de la Vega: El poder disciplinario –propio de las sociedades modernas– sustituyó a las antiguas formas de poder medievales basadas en la fuerza y la violencia que detentaba el soberano. El poder, en nuestras sociedades,  está dado principalmente por la existencia de todas esas instituciones de disciplinamiento y domesticación: escuelas, clubes, universidades, fábricas, ejército, etc., y en las relaciones inmediatas que allí se mantienen.

Las técnicas disciplinarias se caracterizan por una voluntad que pone énfasis en controlar y vigilar más que en reprimir y castigar. Utiliza coacciones débiles pero múltiples –dispuestas estratégicamente en las relaciones microsociales (entre el abad y el monje, el maestro y el alumno, el jefe y el soldado, el entrenador y el deportista)–  que controlan y corrigen las operaciones del cuerpo. Utiliza también un conjunto de reglamentos, códigos y saberes que disponen la organización del espacio, del tiempo y de los actos para ordenar los desplazamientos, intensificar el instante y economizar los gestos.

[6] Elias: Buscar todos espectadores.

[7] José Lorenzo Gonzales: Psicología y Deporte. Biblioteca Nueva. Madrid. 1992. P. 78.

 

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