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El retorno de las amazonas

CLAUDIO M. TAMBURRINI 
Departamento de Filosofía Práctica
Universidad de Gotemburgo, Suecia

Según la mitología griega, las Amazonas eran una sociedad de jinetas guerreras del Asia Menor gobernada exclusivamente por mujeres. Combatieron contra los griegos en la guerra de Troya, de parte de los troyanos. Cuenta la leyenda que las Amazonas se amputaban el seno derecho para facilitar el manejo del arco. Daban prioridad, por lo tanto, a sus fines bélicos y subordinaban a ellos las funciones reproductivas. Pagaron un precio muy caro por su actitud rebelde. Corrieron el mismo destino que los contestatarios de todas las épocas. Fueron vencidas por los griegos y su reina, Pentesilea, fue muerta en cruenta batalla a manos de Aquiles. 

En los Juegos Olímpicos de 1992, en Barcelona, una joven china de 14 años - Zhang Shan - fue la primera mujer en triunfar en una competencia mixta de tiro al pichón, estableciendo, además, un nuevo record olímpico. Fue también la última vez que la disciplina formó parte del programa olímpico, hasta hace muy poco, cuando fué reintroducida en los Juegos de Sydney 2000. Esta vez, sin embargo, en competencias segregadas sexualmente. Modernos herederos de Aquiles, los burócratas de la Asociación Internacional de Tiro decidieron que, ya que las tiradoras son pocas, se podía hacerlas competir entre ellas, sin enfrentarlas a hombres. Que las mujeres puedan ser mejores tiradoras que los hombres no fue tenido en cuenta. El caso de Zhan Shang no es único. Durante los últimos años, las mujeres han conseguido reducir la diferencia de rendimiento deportivo con los hombres, llegando incluso a obtener en algunas disciplinas supremacía. No se trata sólamente de deportes como el baile de salón, la gimnasia y el patinaje artístico, que favorecen el ritmo, el balance y la sincronización (cualidades físicas típicamente femeninas). Parece también que las mujeres cabalgan y disparan mejor que los hombres. En otras palabras, son mejores cazadoras. Las Amazonas han vuelto, y esta vez para siempre. 

La discriminación sexual es un fenómeno social indeseable. Es injusto e irracional. Hace que las mujeres sean tratadas de manera diferente a los hombres sólo porque son mujeres. Y priva además a la sociedad del aporte valioso que las mujeres son capaces de ofrecer a la construcción de la sociedad. Por esas razones, hoy se procura integrar a los sexos en la vida laboral. Sin embargo, existe un área profesional donde la segregación sexual no es cuestionada: el deporte de élite. A las mujeres no se les permite medir sus fuerzas con los atletas masculinos. Se les priva así de mayores premios y cobertura mediática. Como tal, es éste un fenómeno extraño. ¿Por qué no han de estar abiertas todas las disciplinas deportivas a todos los participantes, sea cual sea su sexo?

El Argumento Conservador

La segregación sexual en el deporte es sustentada desde posiciones ideológicas radicalmente diversas. Tanto conservadores clásicos como filosófos feministas se oponen a la idea de competencias deportivas mixtas. 
La posición conservadora afirma que las competencias deportivas mixtas son dañinas para las mujeres, debido a que: 
(1) contribuyen a la "defeminización" de las mujeres, al desarrollar las atletas una musculatura y una fuerza física que se asemejan a las de los hombres; y 
(2) generan riesgos de salud para las atletas femeninas, que se ven obligadas a someterse a esfuerzos físicos enormes para alcanzar el mismo rendimiento que los hombres.

El argumento de la defeminización es claramente sexista. Aunque de manera velada, dice simplemente que las mujeres no deben competir con los deportistas masculinos porque, de hacerlo, serán menos atractivas a los ojos de los hombres. ¿De todos los hombres? ¿De algunos? Es un hecho que no todos los hombres piensan así. Además, lo que es aún más importante, a algunas mujeres no les importaría. ¿No deberían entonces poder desarrollar el físico que quisieran?

Además, el entrenamiento riguroso también es un riesgo de salud para los hombres. Es sin duda irracional invertir tanta energía y esfuerzo para obtener un alto rendimiento deportivo. No sólo la salud, sino también la vida social del deportista es afectada negativamente. Los atletas, de la misma manera que otros profesionales, deberían valorar otros aspectos de la vida, además del dinero y el éxito laboral. Pero no existe razón válida alguna para prohibir a las mujeres tomar las mismas decisiones irracionales que los hombres. En una democracia, los ciudadanos, cualquiera sea su sexo, deben tener el derecho a decidir libremente qué sacrificios realizar en su profesión. El argumento sobre los riesgos de salud es, en otras palabras, discriminatorio.

El Argumento Feminista

Los argumentos más interesantes en favor de la segregación sexual en el deporte han sido proporcionados por la posición feminista. Son los siguientes: 
(a) la abolición de la segregación sexual destruye el deporte femenino, ya que las mejores deportistas pasan a competir en las competencias mixtas; 
(b) el empobrecimiento del deporte femenino conduce a una distribución aún más desigual de premios y reconocimiento público en el deporte. 
Ambos argumentos tienen un viso de verdad y son suficientes para refutar una propuesta más radical consistente en - con el fín de obtener la equidad sexual - abolir todas las divisiones sexuales en el deporte inmediatamente. Las atletas femeninas se someten hoy a un entrenamiento riguroso y a los mismos sacrificios que los atletas varones. A pesar de eso, existe todavía en muchas ramas deportivas un marcado abismo en el rendimiento de un sexo y otro. Según algunos, la segregación sexual se necesita entonces - a semejanza de las categorías de peso y edad - para garantizar una relativa igualdad en las condiciones de competencia. La propuesta radical no toma en consideración ese brecha de prestación y trata a los deportistas de ambos sexos como si ya tuvieran la misma capacidad física. Esa es una política injusta: en una sociedad patriarcal, las obligaciones familiares de las mujeres las privan de la posibilidad de dedicarse de lleno a una carrera deportiva. Los escasos recursos invertidos en el deporte femenino contribuyen también a cementar esa situación de inferioridad.

Pero la propuesta radical es contra productiva sobre todo para la equidad genérica. En ciertas disciplinas (por ejemplo, deportes de fuerza y velocidad), las competencias mixtas obligarían a las mujeres a competir con los hombres en condiciones de inferioridad. La integración sexual haría entonces perder a las mujeres la motivación a participar en las ramas dominadas por los hombres. Los deportes en los cuales la fuerza física, la velocidad y la masa muscular juegan un rol decisivo se verían confirmados como reductos inexpugnables de la masculinidad, prácticamente sin ninguna participación femenina. El vencido raramente se convierte en modelo social. Las mujeres - salvo contadas excepciones - serían entonces vistas como inferiores a los hombres. 

¿Se debe, entonces, preservar la segregación sexual reinante en el deporte de élite? También sería un error. La lucha por la equidad genérica requiere modelos sociales, sobre todo para la juventud, en todas los ámbitos de la sociedad, incluido el deporte. Vencer en "competencias protegidas" no contribuye a crear ningún modelo social: el vencedor es sólo el mejor entre los peores. Y tampoco sería conveniente otorgar más dinero en premios a las deportistas mujeres. Es un hecho que las disciplinas en las cuales los hombres prevalecen todavía son más valoradas en el mercado. Muchas personas considerarían injustificado perturbar los mecanismos de mercado en el deporte de élite. Si las habilidades de Michael Jordan despiertan mayor interés en el público y en los anunciantes que, por ejemplo, la destreza de las hermanitas Williams, ¿con qué derecho podemos interferir en ese proceso y darle a ellas parte del dinero ganado por él?

La filósofa del deporte norteamericana Jane English intentó responder a esa cuestión ya a finales de la década del 70. En un artículo pionero, English argumentó en favor de reconocer a las mujeres deportistas los mismos premios, recompensas y reconocimiento que a los deportistas masculinos. Para eso - afirmaba - se requiere sin embargo que sacrifiquemos la ambición de integrar los sexos en el deporte de élite. English distingue entre lo que ella llama "beneficios básicos" y "beneficios escasos" del deporte. Los primeros consisten por ejemplo en salud, diversión, la satisfacción de alcanzar una meta, experimentar la sensación de comunidad. Según English, esos beneficios deben estar abiertos a todos, sin distinción de sexo, raza o clase social. Los beneficios escasos del deporte, en cambio, están reservados a unos pocos. Ejemplos de tales beneficios son, por ejemplo, dinero, fama y cobertura mediática. Pero aún tales beneficios deben, según English, poder ser disfrutados por las deportistas de élite en la misma extensión que sus colegas masculinos. De no ser así, afirma, se afecta la autoestima de todas las mujeres. 
La propuesta de English debe ser descartada. Primeramente, es discriminatoria contra las deportistas que ya superan a los hombres. ¿Por qué no podrían, por ejemplo, las tiradoras competir con los hombres y vencerlos, y cosechar así mayores premios y atención mediática?

En segundo lugar, la propuesta de English no toma en cuenta las posibilidades que ya, sin necesidad de cambios drásticos, nos ofrece el deporte. ¿Por qué no aplicar el mismo modelo vigente en el tenis, con dobles mixtos, en otros deportes, formando por ejemplo equipos de fútbol compuestos por hombres y mujeres? El programa feminista adolece de falta de fantasía para corregir la discriminación sexual en el deporte. 
Es también cuestionable que la autoestima de todas las mujeres sea afectada por el hecho de que las deportistas reciben recompensas menores que sus colegas varones. No olvidemos que el nivel de prestación deportiva de las mujeres - y por lo tanto su valor de mercado - todavía es menor que el de los hombres. English parece presuponer en su razonamiento que las mujeres son incapaces de percatarse de este hecho. Ser menos recompensado que otros por la misma prestación es, sin duda, discriminatorio y humillante. Recibir menos recompensa cuando la prestación de uno es inferior a la de otros, sin embargo, no necesariamente produce un sentimiento de humillación. La posición feminista subestima la capacidad de las mujeres de realizar juicios maduros y balanceados sobre la situación del mercado.

La propuesta de English también es nefasta para la causa de la equidad genérica. La conciencia de ser arbitrariamente favorecido puede actuar negativamente en la autoestima de un individuo. Se podrían reforzar también prejuicios difundidos en la opinión pública acerca de la necesidad de protección de las mujeres, si las estrellas del deporte femeninas obtuvieran una parte desproporcionada de dinero y reconocimiento. 
Por último, la posición feminista también es estática en la cuestión de los roles genéricos. Al mantener la segregación sexual, consolida el monopolio masculino sobre la fuerza física, ya que las mujeres son exhortadas a renunciar a participar en las ramas deportivas tradicionalmente masculinas. La equidad genérica exige no sólo que las mujeres sean socialmente equiparadas a los hombres, sino que posean también fortaleza física. Muchas prácticas abusivas - como la violencia sexual y familiar - serían entonces más difíciles de implementar.

¿Distribución según el mercado?

Pero, se podría objetar, ¿por qué aceptar la distribución sancionada por el mercado como válida? ¿No se podrían asignar los beneficios escasos del deporte según otro esquema distributivo? Quitarles beneficios a las estrellas del deporte masculinas para dárselos a sus colegas mujeres exige perturbar los mecanismos del mercado. Aún cuando esos mecanismos reflejen el valor real de la prestación personal, a veces consideramos razonable redistribuir. 

Una alternativa sería redistribuir los beneficios según un esquema socialista. El concepto de "necesidad" es central entonces. Ciertas transferencias de recursos son justificadas cuando se hacen con el objetivo de satisfacer distintas necesidades de los grupos sociales desfavorecidos. 

Las estrellas del deporte femenino no se ajustan a esa descripción. A pesar de las diferencias de ingresos con sus colegas masculinos, las deportistas femeninas de élite gozan de una posición privilegiada en la sociedad. ¿Es realmente razonable interferir en los mecanismos de mercado para mejorar aún más la situación de un grupo favorecido?

Otro esquema de distribución a considerar (de corte más liberal) es el principio "maximin" de John Rawls. Establece que una distribución de recursos es justa si conduce a favorecer la situación de los menos favorecidos, aún cuando ésto profundize la brecha de riqueza entre pobres y ricos. Para muchos, el principio de distribución rawlsiano debe estar a la base de la sociedad de bienestar. 

El principio "maximin" tampoco puede ser aplicado al deporte de élite. Las estrellas deportistas femeninas no son el grupo menos favorecido, ni en la sociedad ni en el colectivo de deportistas. En la sociedad, ya hemos visto, son privilegiadas. Si nos limitamos al mundo del deporte, el principio de Rawls recomienda en tal caso que tranfiramos recursos de las estrellas deportivas (tanto hombres como mujeres) a los deportistas aficionados y a otros practicantes del deporte que carecen de recursos (es decir, los realmente menos favorecidos). 

La aplicación de estos diversos principios de justicia al área del deporte refuerza una intuición que muchos de nosotros tenemos: no hay nada malo en dejar que los beneficios y recompensas en el interior de un grupo privilegiado de la sociedad sean distribuidos según los dictados del mercado. Sólo en relación a grupos socialmente desfavorecidos es razonable interferir en sus mecanismos.

Programa para un Deporte con Equidad Genérica

Los argumentos anteriores pueden resumirse en términos de un programa para un deporte genéricamente equitativo, consistente en los siguientes puntos:

· Contrariamente a la propuesta radical, la segregación sexual debe ser mantenida durante cierto período de tiempo en todas las disciplinas deportivas en las que las mujeres aún tengan un rendimiento inferior.

· En una perspectiva de tiempo más prolongada, sin embargo, todas las competencias deben ser integradas sexualmente. Para eso se requieren competencias mixtas en el deporte infantil y en la educación física escolar. Las diferencias fisiológicas relevantes para la prestación deportiva entre niños y niñas se manifiestan recién en los últimos años de la escuela primaria. Convenientemente alentadas, no hay razón para que las jóvenes adolescentes estén peor equipadas que los jóvenes para practicar deporte. Compartiendo la responsabilidad por la atención del hogar y el cuidado de los hijos, esa igualdad debería seguir manteniéndose en la edad madura.

Se debe entonces distinguir la reivindicación por la equidad genérica en el deporte de élite, y en el resto de la sociedad. La demanda de igual salario por igual trabajo debe ser satisfecha inmediatamente, porque las mujeres ya han alcanzado el mismo rendimiento laboral que los hombres. Éste no ocurre en el deporte de élite. Recién cuando las deportistas alcancen resultados similares a los de los hombres puede ser efectivo redistribuir premios y reconocimiento en el deporte de élite. Los deportes más populares, los que otorgan mayores recompensas económicas, son aquellos que requieren fuerza física. La superación del monopolio masculino sobre la fuerza es, por lo tanto, un paso importante en vías de un deporte genéricamente equitativo. Más que bailarinas y gimnastas gráciles y rítmicas, lo que el mundo del deporte - y el resto de la sociedad - necesitan son Amazonas poderosas que derroten a los hombres en sus propios dominios.

Referencias bibliográficas

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