Según la mitología griega,
las Amazonas eran una sociedad de jinetas guerreras del Asia Menor
gobernada exclusivamente por mujeres. Combatieron contra los griegos
en la guerra de Troya, de parte de los troyanos. Cuenta la leyenda
que las Amazonas se amputaban el seno derecho para facilitar el
manejo del arco. Daban prioridad, por lo tanto, a sus fines bélicos
y subordinaban a ellos las funciones reproductivas. Pagaron un
precio muy caro por su actitud rebelde. Corrieron el mismo destino
que los contestatarios de todas las épocas. Fueron vencidas por los
griegos y su reina, Pentesilea, fue muerta en cruenta batalla a
manos de Aquiles. En los Juegos Olímpicos de 1992, en Barcelona, una joven china de 14
años - Zhang Shan - fue la primera mujer en triunfar en una
competencia mixta de tiro al pichón, estableciendo, además, un nuevo
record olímpico. Fue también la última vez que la disciplina formó
parte del programa olímpico, hasta hace muy poco, cuando fué
reintroducida en los Juegos de Sydney 2000. Esta vez, sin embargo,
en competencias segregadas sexualmente. Modernos herederos de
Aquiles, los burócratas de la Asociación Internacional de Tiro
decidieron que, ya que las tiradoras son pocas, se podía hacerlas
competir entre ellas, sin enfrentarlas a hombres. Que las mujeres
puedan ser mejores tiradoras que los hombres no fue tenido en
cuenta. El caso de Zhan Shang no es único. Durante los últimos años,
las mujeres han conseguido reducir la diferencia de rendimiento
deportivo con los hombres, llegando incluso a obtener en algunas
disciplinas supremacía. No se trata sólamente de deportes como el
baile de salón, la gimnasia y el patinaje artístico, que favorecen
el ritmo, el balance y la sincronización (cualidades físicas
típicamente femeninas). Parece también que las mujeres cabalgan y
disparan mejor que los hombres. En otras palabras, son mejores
cazadoras. Las Amazonas han vuelto, y esta vez para siempre.
La discriminación sexual es un fenómeno social indeseable. Es
injusto e irracional. Hace que las mujeres sean tratadas de manera
diferente a los hombres sólo porque son mujeres. Y priva además a la
sociedad del aporte valioso que las mujeres son capaces de ofrecer a
la construcción de la sociedad. Por esas razones, hoy se procura
integrar a los sexos en la vida laboral. Sin embargo, existe un área
profesional donde la segregación sexual no es cuestionada: el
deporte de élite. A las mujeres no se les permite medir sus fuerzas
con los atletas masculinos. Se les priva así de mayores premios y
cobertura mediática. Como tal, es éste un fenómeno extraño. ¿Por qué
no han de estar abiertas todas las disciplinas deportivas a todos
los participantes, sea cual sea su sexo?
El Argumento Conservador
La segregación sexual en el deporte es sustentada desde posiciones
ideológicas radicalmente diversas. Tanto conservadores clásicos como
filosófos feministas se oponen a la idea de competencias deportivas
mixtas.
La posición conservadora afirma que las competencias deportivas
mixtas son dañinas para las mujeres, debido a que:
(1) contribuyen a la "defeminización" de las mujeres, al desarrollar
las atletas una musculatura y una fuerza física que se asemejan a
las de los hombres; y
(2) generan riesgos de salud para las atletas femeninas, que se ven
obligadas a someterse a esfuerzos físicos enormes para alcanzar el
mismo rendimiento que los hombres.
El argumento de la defeminización es claramente sexista. Aunque de
manera velada, dice simplemente que las mujeres no deben competir
con los deportistas masculinos porque, de hacerlo, serán menos
atractivas a los ojos de los hombres. ¿De todos los hombres? ¿De
algunos? Es un hecho que no todos los hombres piensan así. Además,
lo que es aún más importante, a algunas mujeres no les importaría.
¿No deberían entonces poder desarrollar el físico que quisieran?
Además, el entrenamiento riguroso también es un riesgo de salud para
los hombres. Es sin duda irracional invertir tanta energía y
esfuerzo para obtener un alto rendimiento deportivo. No sólo la
salud, sino también la vida social del deportista es afectada
negativamente. Los atletas, de la misma manera que otros
profesionales, deberían valorar otros aspectos de la vida, además
del dinero y el éxito laboral. Pero no existe razón válida alguna
para prohibir a las mujeres tomar las mismas decisiones irracionales
que los hombres. En una democracia, los ciudadanos, cualquiera sea
su sexo, deben tener el derecho a decidir libremente qué sacrificios
realizar en su profesión. El argumento sobre los riesgos de salud
es, en otras palabras, discriminatorio.
El Argumento Feminista
Los argumentos más interesantes en favor de la segregación sexual en
el deporte han sido proporcionados por la posición feminista. Son
los siguientes:
(a) la abolición de la segregación sexual destruye el deporte
femenino, ya que las mejores deportistas pasan a competir en las
competencias mixtas;
(b) el empobrecimiento del deporte femenino conduce a una
distribución aún más desigual de premios y reconocimiento público en
el deporte.
Ambos argumentos tienen un viso de verdad y son suficientes para
refutar una propuesta más radical consistente en - con el fín de
obtener la equidad sexual - abolir todas las divisiones sexuales en
el deporte inmediatamente. Las atletas femeninas se someten hoy a un
entrenamiento riguroso y a los mismos sacrificios que los atletas
varones. A pesar de eso, existe todavía en muchas ramas deportivas
un marcado abismo en el rendimiento de un sexo y otro. Según
algunos, la segregación sexual se necesita entonces - a semejanza de
las categorías de peso y edad - para garantizar una relativa
igualdad en las condiciones de competencia. La propuesta radical no
toma en consideración ese brecha de prestación y trata a los
deportistas de ambos sexos como si ya tuvieran la misma capacidad
física. Esa es una política injusta: en una sociedad patriarcal, las
obligaciones familiares de las mujeres las privan de la posibilidad
de dedicarse de lleno a una carrera deportiva. Los escasos recursos
invertidos en el deporte femenino contribuyen también a cementar esa
situación de inferioridad.
Pero la propuesta radical es contra productiva sobre todo para la
equidad genérica. En ciertas disciplinas (por ejemplo, deportes de
fuerza y velocidad), las competencias mixtas obligarían a las
mujeres a competir con los hombres en condiciones de inferioridad.
La integración sexual haría entonces perder a las mujeres la
motivación a participar en las ramas dominadas por los hombres. Los
deportes en los cuales la fuerza física, la velocidad y la masa
muscular juegan un rol decisivo se verían confirmados como reductos
inexpugnables de la masculinidad, prácticamente sin ninguna
participación femenina. El vencido raramente se convierte en modelo
social. Las mujeres - salvo contadas excepciones - serían entonces
vistas como inferiores a los hombres.
¿Se debe, entonces, preservar la segregación sexual reinante en el
deporte de élite? También sería un error. La lucha por la equidad
genérica requiere modelos sociales, sobre todo para la juventud, en
todas los ámbitos de la sociedad, incluido el deporte. Vencer en
"competencias protegidas" no contribuye a crear ningún modelo
social: el vencedor es sólo el mejor entre los peores. Y tampoco
sería conveniente otorgar más dinero en premios a las deportistas
mujeres. Es un hecho que las disciplinas en las cuales los hombres
prevalecen todavía son más valoradas en el mercado. Muchas personas
considerarían injustificado perturbar los mecanismos de mercado en
el deporte de élite. Si las habilidades de Michael Jordan despiertan
mayor interés en el público y en los anunciantes que, por ejemplo,
la destreza de las hermanitas Williams, ¿con qué derecho podemos
interferir en ese proceso y darle a ellas parte del dinero ganado
por él?
La filósofa del deporte norteamericana Jane English intentó
responder a esa cuestión ya a finales de la década del 70. En un
artículo pionero, English argumentó en favor de reconocer a las
mujeres deportistas los mismos premios, recompensas y reconocimiento
que a los deportistas masculinos. Para eso - afirmaba - se requiere
sin embargo que sacrifiquemos la ambición de integrar los sexos en
el deporte de élite. English distingue entre lo que ella llama
"beneficios básicos" y "beneficios escasos" del deporte. Los
primeros consisten por ejemplo en salud, diversión, la satisfacción
de alcanzar una meta, experimentar la sensación de comunidad. Según
English, esos beneficios deben estar abiertos a todos, sin
distinción de sexo, raza o clase social. Los beneficios escasos del
deporte, en cambio, están reservados a unos pocos. Ejemplos de tales
beneficios son, por ejemplo, dinero, fama y cobertura mediática.
Pero aún tales beneficios deben, según English, poder ser
disfrutados por las deportistas de élite en la misma extensión que
sus colegas masculinos. De no ser así, afirma, se afecta la
autoestima de todas las mujeres.
La propuesta de English debe ser descartada. Primeramente, es
discriminatoria contra las deportistas que ya superan a los hombres.
¿Por qué no podrían, por ejemplo, las tiradoras competir con los
hombres y vencerlos, y cosechar así mayores premios y atención
mediática?
En segundo lugar, la propuesta de English no toma en cuenta las
posibilidades que ya, sin necesidad de cambios drásticos, nos ofrece
el deporte. ¿Por qué no aplicar el mismo modelo vigente en el tenis,
con dobles mixtos, en otros deportes, formando por ejemplo equipos
de fútbol compuestos por hombres y mujeres? El programa feminista
adolece de falta de fantasía para corregir la discriminación sexual
en el deporte.
Es también cuestionable que la autoestima de todas las mujeres sea
afectada por el hecho de que las deportistas reciben recompensas
menores que sus colegas varones. No olvidemos que el nivel de
prestación deportiva de las mujeres - y por lo tanto su valor de
mercado - todavía es menor que el de los hombres. English parece
presuponer en su razonamiento que las mujeres son incapaces de
percatarse de este hecho. Ser menos recompensado que otros por la
misma prestación es, sin duda, discriminatorio y humillante. Recibir
menos recompensa cuando la prestación de uno es inferior a la de
otros, sin embargo, no necesariamente produce un sentimiento de
humillación. La posición feminista subestima la capacidad de las
mujeres de realizar juicios maduros y balanceados sobre la situación
del mercado.
La propuesta de English también es nefasta para la causa de la
equidad genérica. La conciencia de ser arbitrariamente favorecido
puede actuar negativamente en la autoestima de un individuo. Se
podrían reforzar también prejuicios difundidos en la opinión pública
acerca de la necesidad de protección de las mujeres, si las
estrellas del deporte femeninas obtuvieran una parte
desproporcionada de dinero y reconocimiento.
Por último, la posición feminista también es estática en la cuestión
de los roles genéricos. Al mantener la segregación sexual, consolida
el monopolio masculino sobre la fuerza física, ya que las mujeres
son exhortadas a renunciar a participar en las ramas deportivas
tradicionalmente masculinas. La equidad genérica exige no sólo que
las mujeres sean socialmente equiparadas a los hombres, sino que
posean también fortaleza física. Muchas prácticas abusivas - como la
violencia sexual y familiar - serían entonces más difíciles de
implementar.
¿Distribución según el mercado?
Pero, se podría objetar, ¿por qué aceptar la distribución sancionada
por el mercado como válida? ¿No se podrían asignar los beneficios
escasos del deporte según otro esquema distributivo? Quitarles
beneficios a las estrellas del deporte masculinas para dárselos a
sus colegas mujeres exige perturbar los mecanismos del mercado. Aún
cuando esos mecanismos reflejen el valor real de la prestación
personal, a veces consideramos razonable redistribuir.
Una alternativa sería redistribuir los beneficios según un esquema
socialista. El concepto de "necesidad" es central entonces. Ciertas
transferencias de recursos son justificadas cuando se hacen con el
objetivo de satisfacer distintas necesidades de los grupos sociales
desfavorecidos.
Las estrellas del deporte femenino no se ajustan a esa descripción.
A pesar de las diferencias de ingresos con sus colegas masculinos,
las deportistas femeninas de élite gozan de una posición
privilegiada en la sociedad. ¿Es realmente razonable interferir en
los mecanismos de mercado para mejorar aún más la situación de un
grupo favorecido?
Otro esquema de distribución a considerar (de corte más liberal) es
el principio "maximin" de John Rawls. Establece que una distribución
de recursos es justa si conduce a favorecer la situación de los
menos favorecidos, aún cuando ésto profundize la brecha de riqueza
entre pobres y ricos. Para muchos, el principio de distribución
rawlsiano debe estar a la base de la sociedad de bienestar.
El principio "maximin" tampoco puede ser aplicado al deporte de
élite. Las estrellas deportistas femeninas no son el grupo menos
favorecido, ni en la sociedad ni en el colectivo de deportistas. En
la sociedad, ya hemos visto, son privilegiadas. Si nos limitamos al
mundo del deporte, el principio de Rawls recomienda en tal caso que
tranfiramos recursos de las estrellas deportivas (tanto hombres como
mujeres) a los deportistas aficionados y a otros practicantes del
deporte que carecen de recursos (es decir, los realmente menos
favorecidos).
La aplicación de estos diversos principios de justicia al área del
deporte refuerza una intuición que muchos de nosotros tenemos: no
hay nada malo en dejar que los beneficios y recompensas en el
interior de un grupo privilegiado de la sociedad sean distribuidos
según los dictados del mercado. Sólo en relación a grupos
socialmente desfavorecidos es razonable interferir en sus
mecanismos.
Programa para un Deporte con Equidad Genérica
Los argumentos anteriores pueden resumirse en términos de un
programa para un deporte genéricamente equitativo, consistente en
los siguientes puntos:
· Contrariamente a la propuesta radical, la segregación sexual debe
ser mantenida durante cierto período de tiempo en todas las
disciplinas deportivas en las que las mujeres aún tengan un
rendimiento inferior.
· En una perspectiva de tiempo más prolongada, sin embargo, todas
las competencias deben ser integradas sexualmente. Para eso se
requieren competencias mixtas en el deporte infantil y en la
educación física escolar. Las diferencias fisiológicas relevantes
para la prestación deportiva entre niños y niñas se manifiestan
recién en los últimos años de la escuela primaria. Convenientemente
alentadas, no hay razón para que las jóvenes adolescentes estén peor
equipadas que los jóvenes para practicar deporte. Compartiendo la
responsabilidad por la atención del hogar y el cuidado de los hijos,
esa igualdad debería seguir manteniéndose en la edad madura.
Se debe entonces distinguir la reivindicación por la equidad
genérica en el deporte de élite, y en el resto de la sociedad. La
demanda de igual salario por igual trabajo debe ser satisfecha
inmediatamente, porque las mujeres ya han alcanzado el mismo
rendimiento laboral que los hombres. Éste no ocurre en el deporte de
élite. Recién cuando las deportistas alcancen resultados similares a
los de los hombres puede ser efectivo redistribuir premios y
reconocimiento en el deporte de élite. Los deportes más populares,
los que otorgan mayores recompensas económicas, son aquellos que
requieren fuerza física. La superación del monopolio masculino sobre
la fuerza es, por lo tanto, un paso importante en vías de un deporte
genéricamente equitativo. Más que bailarinas y gimnastas gráciles y
rítmicas, lo que el mundo del deporte - y el resto de la sociedad -
necesitan son Amazonas poderosas que derroten a los hombres en sus
propios dominios.
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