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ENTRENAMIENTO
FÍSICO EN EL ADOLESCENTE:
UN
TEMA DE SALUD
Actividad física, ejercicio y obesidad Carlos Saavedra , M.Sc. (Univ. Laval Canada)
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El aumento
en la prevalencia de obesidad en la mayoría de los países se ha
producido en forma paralela al aumento del sedentarismo,
fundamentalmente por los factores que engloba la urbanización. La
asociación entre bajos niveles de actividad física y resistencia insulínica con resultado de hiperinsulinemia, es el vínculo entre la
obesidad - particularmente
con predominio del depósito adiposo abdominal e intramuscular - con
hipertensión, hiperlipidemia, diabetes tipo
2 y enfermedad coronaria. Aún sin la presencia de obesidad, la
inactividad física en si misma constituye un factor de riesgo
independiente que predispone a enfermedades cardiovasculares y a otra
serie de alteraciones metabólicas y osteomusculares.
La combinación de dieta y ejercicio acelera y/o aumenta la pérdida
de grasa, preserva o aumenta la
masa magra y desacelera la disminución de la (TMB), de manera más
eficiente que la
restricción energética de la dieta de manera aislada.
Algunos
estudios aseguran que para
lograr beneficios, la actividad física debiera generar al menos un
gasto energético adicional diario de 200 kcal. Sin embargo, la
abundante literatura en el área de la fisiología del ejercicio,
permite aseverar que los beneficios del ejercicio se logran únicamente
cuando se mejora la condición física del sujeto, mientras que
el gasto de energía por actividad permite acercarse al logro del
balance energético. De
los beneficios más directos que produce el ejercicio en individuos
obesos está la disminución de la presión tanto sistólica como
diastólica en individuos hipertensos, también normaliza los lípidos
sanguíneos, aumentando las HDL y disminuyendo los triglicéridos en
los individuos con valores inicialmente altos y una mejoría
significativa de la sensibilidad a la insulina.
Palabras
Claves: ejercicio físico, gasto energético, sedentarismo
The increase in the prevalence of obesity has been associated with
an increase in sedentary behavior; this is mainly due to the factors
linked to urbanization. The association between a decline in physical
activity and insulin resistance, is the link between obesity, especially
the abdominal type with hypertension, abnormal lipids and heart disease.
Even without obesity, physical inactivity in itself is an independent risk
factor for cardiovascular disease. The combination of diet and exercise
increases fat loss, preserves lean tissue and
reduce the decline of basal metabolic rate, more so than diet
alone. The exercise benefits, are not only related to the amount of extra
energy expenditure per day but, most importantly with an improvement in
physical fitness.
In obese individuals with high blood pressure, the most direct
benefit is the decrease in both the diastolic as well as in the systolic
blood pressure. Exercise normalizes blood lipids, mainly through the
elevation of HDL, reduces triglyceride levels and improves insulin
sensitivity.
Key
words: Physical activity, energy expenditure, sedentarism.
El
aumento en la prevalencia de obesidad en la mayoría de los países se ha
producido en forma paralela al aumento del sedentarismo asociándose a
ésta como un fenómeno de causa efecto.
Dicha
asociación sedentarismo - obesidad ha sido ampliamente demostrada. En
Inglaterra, por ejemplo, datos poblacionales de 20 años, revelaron
que la ingesta energética y de grasas no habían aumentado en ese período,
sin embargo, la inactividad lo había hecho en forma significativa
(1). Por otro lado, son ya
clásicos los estudios
que muestran una asociación entre el tiempo que los niños están
frente a la TV con obesidad producida en ese período y en la vida
adulta. Aún así, el grupo infantil normalmente es más activo que
los adolescentes y adultos. En estos últimos y muy especialmente en
las mujeres, la inactividad es parte del modo de vida actual (2,3).
La
inactividad física representa mucho más que la ausencia de actividad, ya
que generalmente se asocia a incrementos en el consumo de alimentos de
alta densidad energética. La correlación entre horas frente a la TV y
aumento en el consumo de alimentos de alta densidad energética, ha sido
demostrada en todos los grupos etáreos (4).
La actividad física se puede definir como una acción que involucra la masa muscular y produce una consiguiente elevación en el metabolismo energético. El ser humano está genéticamente “programado” para esta función. En la utilización de la actividad física como un elemento promocional de salud, debe tomarse en cuenta ciertas consideraciones. En primer lugar, que los conocimientos actuales aportados por la fisiología del ejercicio requieren establecer una diferenciación entre actividad física, ejercicio y entrenamiento. La actividad física cotidiana o habitual usualmente no permite generar cambios o adaptaciones a nivel de células, órganos o sistemas corporales. El ejercicio físico es aquella actividad que puede o no estar dentro de parámetros o umbrales con efectos positivos para la salud. El entrenamiento físico es una actividad compuesta por ejercicios dosificados en volumen e intensidad que permiten mejorar los niveles de capacidad funcional del individuo en cuestión.
El
ejercicio dosificado puede caracterizarse por ser de una intensidad
leve, que corresponde a actividades por debajo del 35% de la capacidad
aeróbica máxima (VO2 max), el ejercicio moderado que se sitúa en un
rango de intensidad entre el 35 y 75 % de la VO2 max
y el ejercicio de intensidad alta que está por sobre el 75% de
la VO2 max.
Cada intensidad del ejercicio requiere en mayor o menor grado de sustratos fosforados (ATP, Creatina-P), glucídicos o lipídicos. Cada uno de éstos recluta tipos de fibras musculares diferentes, las cuales experimentan cambios intracelulares también diferentes, que modifican a su vez, a los factores centrales de manera diferente, alterando el perfil bioquímico del sujeto de manera aguda.
Como resultado del entrenamiento físico se producen diversas
adaptaciones metabólicas que pueden ser ventajosas para el
tratamiento de la obesidad en que básicamente el aumento del
potencial oxidativo, es decir, la posibilidad de metabolizar grasas e
hidratos de carbono de manera aeróbica, produce adaptaciones periféricas
muy deseables. Dentro de ellas la más importante es el aumento de la
sensibilidad insulínica (o la disminución de la resistencia a la
insulina) presente al parecer en una alta proporción de las personas
obesas.
En
muchos individuos, la asociación entre bajos niveles de actividad física
y resistencia insulínica con resultado de hiperinsulinemia, es el
vínculo entre la obesidad, especialmente la de tipo abdominal- con
hipertensión, hiperlipidemia y enfermedad coronaria. La normalización
del perfil metabólico (glicemia, perfil lipídico, tolerancia a la
glucosa y sensibilidad insulínica) que se produce como consecuencia del
ejercicio, permite la disminución de la morbimortalidad por estas causas
(2-11)
El ejercicio, especialmente el de intensidad leve, produce un
aumento en la sensibilidad a la insulina. Al comienzo del ejercicio
leve, la lipólisis incrementa rápidamente en casi 3 veces,
aumentando de este modo, la disponibilidad de ácidos grasos libres.
Esto ocurre en todos los sujetos independientemente
de su IMC, ya que no se ha encontrado en ellos ninguna alteración
a este proceso. En la medida que los programas de ejercicio leve a
moderado facilitan la pérdida de peso, aún ejercicios de baja
intensidad pueden mejorar la sensibilidad a la insulina a través de
la pérdida de grasa corporal.
Al
respecto debemos considerar que si bien la lipólisis se desencadena
mediante la disminución de los niveles de insulina y un aumento de
catecolaminas, esto no asegura una consiguiente metabolización por
parte del músculo, ya que a estos niveles,
celulares y mitocondriales, el transporte y la oxidación de los lípidos
depende del estado o capacidad funcional de la célula muscular. El
entrenamiento sistemático, aumenta los transportadores
de ácidos grasos al interior de la célula y también la
densidad y actividad mitocondrial o enzimática oxidativa.
Por
estos motivos, el estimulo de la actividad física con el fin de
aumentar el gasto energético, no es suficiente para producir un
aumento de la capacidad funcional antes descrita. Esto ocurre
únicamente cuando los umbrales o niveles de ejercicio son lo
suficientemente intensos para desencadenar la síntesis de proteínas,
tanto funcionales como estructurales, que en definitiva son las
responsables del aumento de los mecanismos oxidativos y también de la
consolidación de los cambios de hábitos de actividad física.
Estas
variedades de ejercicio son una excelente forma de quemar grasa y
aumentar la capacidad del músculo para utilizarla durante la
actividad física. Esto es realmente importante ya que los obesos
parecen tener una capacidad disminuida para oxidar grasa en el
músculo esquelético, a pesar de que, como se mencionara
anteriormente, su respuesta lipolítica al ejercicio puede ser
adecuada (9,11). La cantidad y localización de los triglicéridos
intramusculares tienen una alta correlación con resistencia
insulínica.
(12)
El efecto térmico de los alimentos es el aumento de gasto
energético que se produce durante varias horas después de la ingesta
de una comida y representa en promedio 10% de la ingesta energética.
Su magnitud varía tanto con la cantidad como con la calidad de los
alimentos consumidos.
En la obesidad frecuentemente el
efecto térmico de los alimentos está disminuido ya que la capacidad
de termogénesis parece estar negativamente asociada con la masa grasa
y el gasto metabólico basal, que se encuentran aumentados en
obesos (12).
El efecto del ejercicio físico
sobre la termogénesis ha sido estudiado con resultados poco
consistentes, ello probablemente por la dificultad de independizar el
efecto de las comidas del efecto de la composición corporal y del
gasto energético producido por el mismo ejercicio (13).
Estudios bien diseñados que comparan sujetos obesos y delgados
pareados por masa magra y cuidando que no se produzcan cambios en la
composición corporal por efecto del ejercicio, han demostrado que el
efecto térmico de los alimentos aumenta significativamente en los
obesos insulino-resistentes después de una sesión de ejercicio el
cual puede mantenerse hasta por 24 horas (14).
En sujetos delgados el ejercicio previo no aumenta la termogénesis,
posiblemente porque ellos generalmente tienen mejor estado físico y
mayor actividad basal por lo cual probablemente están cercanos a su
"peak" de termogénesis en reposo (16,17).
Aún cuando una sesión de
ejercicio puede aumentar la
termogénesis hasta un 40% en obesos, el incremento absoluto de gasto
energético es pequeño. Sin embargo, en el largo plazo, ello puede
contribuir a mantener el balance energético (16). Por otro lado, el
empleo de un nivel de entrenamiento individual adecuado, con umbrales
óptimos de acuerdo a la condición física del sujeto y ajustados
para aumentar gradualmente la intensidad de las sesiones de
entrenamiento, producirá un gasto energético adicional en el
período posterior al entrenamiento. Esto implica
que los procesos de recuperación muscular y su balance de
sustratos se hace a expensas de mecanismos oxidativos que elevan el
metabolismo de reposo por varias horas después de haber ejecutado
dicha sesión de ejercicios (15).
Uno de los aspectos que es necesario abordar respecto a los
efectos del ejercicio físico en la obesidad, se refiere a
la composición de los sustratos que se oxidan
y la velocidad con que ocurre este fenómeno (19). En sujetos
entrenados, el ejercicio no sólo produce un aumento de la oxidación
de las grasas durante la ejecución del mismo, sino además hay un
aumento de la oxidación en reposo.
Un aumento en la capacidad para oxidar grasas puede ayudar a
mantener el balance de este macronutriente (y en consecuencia mantener
el balance de grasa) con una masa grasa menor en individuos con
predisposición a aumentar de peso.
En sujetos de peso normal, los
efectos que produce el ejercicio sobre la utilización de sustratos
son bastante claros. En estos casos se produce una reducción tanto en
la utilización de glucógeno muscular como en el nivel de glicemia,
como asimismo un aumento en la oxidación de grasas. En individuos
obesos aunque la evidencia aún no es concluyente, se ha podido
observar en la mayoría de los estudios que la oxidación de grasas no
varía como consecuencia del ejercicio de baja intensidad, que es el
que por razones obvias se le recomienda a los obesos (19). Sin
embargo, es necesario reconocer que a medida que aumenta la intensidad
de los ejercicios, también aumenta la fracción de lípidos de la
mezcla a metabolizar (20).
De
estas observaciones se desprende la importancia de que en una primera
etapa del plan de entrenamiento, el objetivo de este, sea el de
aumentar la capacidad física del sujeto obeso, independientemente de
la baja de peso y por sobre todo aumentar la tolerancia al esfuerzo ya
que los sujetos sedentarios y obesos dependerán en gran parte de la
energía de origen anaeróbico, con la consiguiente formación de ácido
láctico lo que inhibe la glicólisis mediante la acción de éste
sobre la enzima reguladora que
es la fosfofructokinasa (PFK) y por ende la capacidad de trabajo
disminuye.
En la medida que la capacidad oxidativa del músculo aumenta, la producción de energía por intermedio de la actividad mitocondrial, produce una mayor cantidad de citrato, el cual también inhibe dicha enzima, bloqueando la PFK y disminuyendo la glicólisis y dando paso a la incorporación de lípidos a la mitocondria. Este proceso es paralelo y favorece la oxidación de grasa, ya que disminuye la formación de Malonyl CoA que es un inhibidor de carnitina (18).
La combinación de dieta y ejercicio acelera la pérdida de
grasa, preserva o aumenta levemente la masa magra y previene o
desacelera la disminución de la tasa de metabolismo basal (TMB), más
efectivamente que la dieta sola (21-23). La mayoría de los estudios
publicados aportan evidencia que el ejercicio es útil en la mantención
de la masa magra. En pacientes que perdieron en promedio 10 kg. de
peso, la pérdida de masa magra fue entre 1,7 y 2,9 kg. menor en el
grupo con actividad física que en el grupo inactivo (23).
Además de este efecto protector sobre la masa magra, se ha establecido que el ejercicio acelera la pérdida de masa grasa durante la restricción dietaria, independiente de los cambios en la masa magra (24)
Estudios efectuados en personas
sometidas a severa restricción dietaria muestran que la respuesta
adaptativa de la TMB contra la pérdida de peso, contrarresta los
efectos estimulantes del ejercicio sobre la TMB (7). Es por ello que
la interacción entre ejercicio y restricción dietaria es mejor en
condiciones de restricción dietaria moderada
que en severa, en la que tiende a desaparecer (23)
Dentro de las estrategias para mantener el peso después de
haber conseguido una reducción, el ejercicio físico
constituye una importante herramienta (28). Se ha demostrado
que un gasto energético de aproximadamente 1500 kcal por semana o más
permite mantener disminuciones de peso significativas al cabo de 2 años
(26).
Este
fenómeno esta explicado por la mantención de la capacidad de consumo
de oxigeno adquirida durante el proceso de entrenamiento. R. Shephard
de la Universidad de Toronto, ha demostrado que un alto porcentaje
(mas del 55%) de las personas sedentarias sometidas a los programas de
actividad física tradicional (gimnasios), no adquieren efectos
fisiológicos significativos por la falta de un mejoramiento mantenido
de la condición física (25). Se ha fijado en 2200 kcal el monto de
energía semanal que se debe gastar en entrenamiento físico para
lograr los beneficios en la salud (discutidos más adelante). Este
gasto debe provenir de un metabolismo aeróbico en un 60% y del
metabolismo anaeróbico un 40%.
Estudios experimentales a nivel nacional, muestran cambios
significativos en los perfiles de salud y mayor adherencia al programa
de modificación del estilo de vida, cuando la carga de entrenamiento
alcanza el 60% anaeróbico y 40% aeróbico (C. Saavedra 2000, VIII
Congreso de Osteopatías y Metabolismo Mineral Oseo)
Junto
a una restricción dietaria, el componente fundamental en el
tratamiento de la obesidad es el ejercicio físico, siempre y cuando
sea llevado a cabo de una manera dosificada, sistemática y con cargas
de trabajo adecuadas a la condición física de cada paciente obeso.
La evidencia muestra que un balance energético negativo mantenido por
varios meses, donde se incluye un aumento del gasto energético,
es mucho más efectivo en disminuir la grasa corporal. Además,
se produce un aumento de la masa magra, que afecta tanto la TMB como
el gasto total. Para lograr los beneficios mencionados, la actividad
física debiera generar al menos un gasto energético adicional diario
de aproximadamente 200 kcal, lo que equivale aproximadamente a
caminar unos 3 km a paso normal (6,7). Si se considera que un
sujeto gasta aproximadamente 1 kcal /kg de peso/ km trotado
y 0.5 kcal por km caminado, un sujeto de 120 kilos gastara 60
kcal por cada km que camine, es decir 180 kcal en 3 km. Esto sin
embargo no es fácil de poder lograr en el sujeto con sobrepeso en una
primera etapa de su plan de entrenamiento.
Considerando que la actividad física no es popular entre los
obesos, esperar una disminución de peso significativa solamente a
través de ejercicios intensos y de larga duración que produzcan un
gran gasto energético es irreal y aún peligroso. Sin embargo, en el
proceso es necesario introducir la práctica de ejercicios, de alta
intensidad, adecuados a las capacidades individuales
y supervisado de manera personalizada, para que se logre
acondicionar la estructura corporal, realizar los movimientos
biomecánicos correctos y alcanzar los efectos metabólicos deseados.
Aunque la prescripción de ejercicio de mayor intensidad se asocia en
general a menor adherencia (27), Tremblay y cols. (20), demostraron lo
contrario en obesos sin problemas cardiovasculares ni
músculo-esqueléticos u osteoarticulares y con estilos de vida
activos, donde fue factible incrementar la intensidad de la actividad
paulatinamente hasta llegar a 70-75% del VO2 máximo.
Para
individuos obesos, lo más práctico es recomendar sesiones cortas (5
min.) y frecuentes (>4 veces por día). El ejercicio puede ser de
carácter continuo o intermitente. Este último, es más adecuado ya
que se puede lograr un mayor gasto energético con una menor
acumulación progresiva de ácido láctico. Aumentar la intensidad del
ejercicio es importante ya que produce importantes beneficios, como
reducción en la adiposidad, aumento del potencial oxidativo de los
músculos,
reducción de la ingesta compensatoria post-ejercicio y un
aumento de los efectos sobre la TMB (15, 20).
Cabe
hacer notar que en todos los sujetos debemos considerar el fenómeno
de entrenabilidad. Cada persona responde al entrenamiento de manera
diferente aún frente a una misma carga de trabajo o nivel de
entrenamiento. Estas diferencias se evidencian en el tiempo de
respuesta (rápida o lenta) o en la magnitud del cambio (grande o
pequeño). En las personas obesas se deben manejar cargas de trabajo
que mejoren la calidad de las estructuras musculares y articulares, lo
que implica ejercicios de sobrecarga o con pesos adicionales sobre
diversas palancas, que permiten a su vez optimizar el entrenamiento.
La
intensidad, frecuencia y duración del ejercicio puede y debe irse
ajustando de acuerdo a los progresos que el paciente vaya
experimentando, con el fin de lograr un nivel de exigencia sostenido
en el tiempo. Por ejemplo, si un paciente con el entrenamiento mejora
su condición física mediante
una carga de trabajo del 60% de su VO2 máx, al cabo de algunos
entrenamientos, esta carga podría equivaler a solamente un 50% de su
capacidad aeróbica máxima anterior.Teniendo
en cuenta los aspectos de entrenabilidad señalados anteriormente, se
pueden ensayar algunos esquemas tentativos.
Opción
I.
La fase inicial cubre desde la 1a. a la 5a. semana. Inicia con
sesiones de estiramiento, gimnasia suave y ejercicios aeróbicos de
baja intensidad. La duración de la sesión de aeróbicos no debe ser
mayor a 12-15 min. Este tipo de ejercicio producirá un gasto
energético de ~200-300 kcal/sesión. La segunda fase es la de
mejoramiento que tarda de 6-24 semanas y es caracterizada por un
aumento progresivo de la intensidad, duración y frecuencia del
ejercicio. En ciertos individuos en que la capacidad funcional es
baja, la transición desde caminar a trotar podría ser lograda
mediante el uso combinado de caminata/trote y progresando hacia un
ejercicio de mantenimiento. Antes de incrementar la intensidad es
necesario mejorar la duración. La tercera fase es de mantenimiento,
los participantes deberán ejercitar al 70-80% de su capacidad
funcional por al menos 30-45 min, con una frecuencia de 4-5
veces a la semana. La forma de calcular la capacidad funcional es
mediante la fórmula: 220 – edad.
Esta información permite calcular la frecuencia cardíaca a
esperar en máximo trabajo cardíaco en obesos de ambos sexos.
Por ejemplo, una persona de 40 años tendrá una frecuencia
cardíaca máxima de 220-40=180 latidos por minuto.
La forma apropiada de conocer la frecuencia cardíaca es
mediante monitores de ritmo cardíaco y en ausencia de ellos, una
forma fácil es tomar el pulso inmediatamente después de finalizado
el ejercicio, reconociendo que se producirá una leve subestimación
de los valores reales porque el pulso tiende a bajar al suspender la
actividad (28,30).
Opción II. Este esquema algo mas elaborado, integra varios aspectos del entrenamiento y que recientemente están siendo aplicados en carácter experimental consiste en:
|
Etapa
1.- |
Medición
de la capacidad física y funcional
Clarificación
y discusión del
diagnostico del nivel de aptitud
Planteamiento
de los objetivos inmediatos y mediatos
Plan
de ejercicios de exploración funcional |
|
Etapa
2.- |
Aumento
de la capacidad funcional anaeróbica localizada
Aumento
de la capacidad anaeróbica general
Movilidad
articular con resistencia asistida |
|
Etapa
3.- |
Aumento
de la capacidad funcional cardiorespiratoria , mediante el
control de frecuencia cardiaca considerando
velocidad de adaptación, nivel de tolerancia y
velocidad de recuperación |
|
Etapa
4.- |
Transferencia
del entrenamiento a las actividades físicas habituales. |
|
Etapa
5.- |
Control
y supervisión de la capacidad metabólica y de la condición
física |
|
Etapa
6.- |
Cuantificacion
de la capacidad física e incremento de la carga de trabajo. |
Esta
planificación de entrenamiento en pacientes obesos ha significado una
mayor adherencia al plan y también efectos en calidad de vida
reflejada en autonomía física del paciente a las
pocas semanas de haber iniciado el plan (ver fundamentos en
Anexo 1). Por otro lado, variables plasmáticas como insulina y
triglicéridos experimentan cambios positivos de manera
significativa.(Saavedra, C. datos no publicados)
Conjuntamente al riesgo de salud que se asocia a una adiposidad general, se reconoce en la actualidad que la grasa visceral de tipo abdominal constituye un riesgo independiente de enfermedades cardiovasculares, varias dislipidemias y diabetes tipo 2. Respecto a la grasa abdominal, existe evidencia de que el ejercicio físico es efectivo en reducirla. Esta reducción es principalmente a expensas de grasa intraabdominal o visceral la que posee receptores y actividad lipolítica mayor que la adiposidad localizada en otras regiones (29) Estudios poblacionales han mostrado que hombres y mujeres físicamente activos, tienen una relación cintura/cadera inferior que sus pares sedentarios, mientras que estudios de laboratorio han confirmado que personas en buen estado físico tienen la lipólisis en reposo mayor que los inactivos (8).
Por
otra parte, es necesario destacar que la inactividad física en si
misma constituye otro factor de riesgo independiente que predispone a
enfermedades cardiovasculares. Por
lo tanto, el beneficio más directo es aumentar la actividad en
individuos obesos y en ese sentido, la disminución que se produce
tanto en la presión sistólica como diastólica en individuos
hipertensos es un hecho comprobado.
Con ejercicio regular y sostenido, se han observado
disminuciones entre 6-10 mm de Hg, cifra comparable a la que se
obtiene con disminución de peso y restricción de sodio (30).
El
ejercicio físico normaliza los lípidos sanguíneos. En particular,
eleva las lipoproteínas de alta densidad (HDL), siendo éste un
factor importante ya que niveles bajos de HDL
constituyen otro factor de riesgo de enfermedades
cardiovasculares. Este hecho hace que el coeficiente HDL/ LDL sea
mayor y en consecuencia el riesgo cardiovascular también disminuya.
Además, el ejercicio físico regular produce una disminución de los
triglicéridos en aquellos individuos con valores inicialmente altos,
a través de una mejoría de la sensibilidad a la insulina (6,12).
Cabe
destacar que los efectos benéficos descritos pueden producirse en
forma independiente de una disminución de peso. Además, las
respuestas sobre variables metabólicas como fue mencionado
anteriormente, dependen tanto de factores individuales como de las
características del programa de ejercicios. Dentro de los factores
individuales podemos
mencionar factores genéticos, estado nutricional y grado de aptitud física
mientras que influye también el tipo, intensidad y duración del
ejercicio (31).
Un
hecho adicional muy
importante, en relación con los beneficios que proporciona el
mantener una vida activa, es la asociación que se ha encontrado últimamente
en varios estudios entre el nivel de capacidad cardio-respiratoria y
la mortalidad general. En ese sentido, podemos mencionar un estudio de
Blair y colaboradores en el cual participaron 25,341 hombres entre 20
y 88 años los cuales fueron seguidos entre 1970 y 1989. Los
resultados mostraron que los hombres con alta capacidad física,
independiente del nivel de peso corporal (normal, sobrepeso u obesos)
tuvieron una tasa de mortalidad 66% menor que sus similares pero con
baja capacidad física. Los autores concluyen que aún cuando el
ejercicio físico puede no producir una disminución de peso en todas
las personas, se observan beneficios de salud adicionales, incluso en
los que presentan sobrepeso (32).
En
síntesis, la actividad física adicional a la habitual, que comprende
ejercicios sistemáticos y dosificados, los que a su vez conforman un
entrenamiento, representa para el ser humano y en especial para el
obeso, un elemento adicional que junto a la nutrición adecuada forman
los pilares fundamentales en la prevención y el tratamiento de este
tipo de pacientes. Por otro lado, el sujeto sometido a entrenamiento físico,
experimenta cambios tanto en su condición física como en su perfil
metabólico, que a su vez lo protegen o disminuyen la probabilidad de
enfermar o morir a causa de enfermedades crónicas, en comparación a
sujetos semejantes pero en mala condición física.
Los
conocimientos aportados por la investigación científica en el área
de la biología del ejercicio, permiten a los profesionales de la
salud prescribir ejercicio físico en forma más responsable y
evitando así dejar de lado una efectiva
posibilidad de mejorar y optimizar
tanto programas
preventivos como terapéuticos.
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magnetic resonance imaging and anthropometric measurements Int J Obes
2000; 24:607-613
30.
Geary N. Pancreatic
glucagon signals postprandial satiety.
Behav Rev 1990; 14:323-338.
31.
Levine AS and Billington CJ. 1991. Stress, peptides and
regulation of ingestive behavior. In
Stress, Neuropeptides, and Systemic Disease, eds J.A. Mc
Cubbin, PG Kaufmann and CB Nemeroff
pp 327-339. San Diego Academic Press.
32.
Blair S, Kohl H, Barlow C, Paffenbarger R et al. Changes in
physical fitness and all-cause mortality.
JAMA 1995; 273: 1093-1098
33.
Saavedra C. Efectos del ejercicio físico de alta y baja
intensidad sobre la composición corporal. Congreso de Osteología y
Metabolismo Mineral Oseo, Santiago, Agosto, 2000 (resúmenes del
Congreso)
34.
Saris W.H.M. Fit, Fat and Fat-free. Int J Obes 1999; 22:suppl
2.
35.
Lean M. Clinical handbook of weight management. Mailin D. Ltd.,
London, 1998
Anexo
1.
(Lean,M., 1998)
|
En
relación a la ingesta energética: |
·
actividad
de LPL en músculo y tejido adiposo
·
composición
del tejido muscular y potencial oxidativo
·
sensibilidad
de receptores del tejido adiposo
·
capacidad
oxidativa de ácidos grasos y CH
·
tipo
de grasas apetecidas
·
lipólisis
del tejido adiposo
·
mecanismo
de regulación del apetito |
|
En
relación al gasto energético: |
·
metabolismo
basal
·
respuesta
termogénica a los alimentos
·
actividad
física espontánea |
|
En
relación a la acción hormonal: |
·
sensibilidad
a la insulina
·
factores
de crecimiento
·
hormona
de crecimiento
·
actividad
de la leptina |
(Saris
1996, adaptado por SaavedraC.)
|
INCREMENTO
DEL GASTO ENERGÉTICO |
*del metabolismo en reposo
*del
efecto termogénico de la dieta |
|
CORRECCION DE LA COMPOSICION CORPORAL |
*perdida de tejido adiposo *conservación o aumento del tejido muscular *reducción del tejido adiposo visceral e intramuscular |
|
CONTROL DE LA INGESTA ALIMENTARIA |
*reducción del apetito *reducción en la ingesta de grasas |
|
CAMBIOS HISTOQUIMICOS DEL TEJIDO MUSCULAR |
*aumento de la vascularización *aumento del diámetro de las fibras musculares *aumento de la densidad mitocondrial *aumento del número de transportadores de glucosa *aumento de LPL |
|
MEJORIA DEL PERFIL LIPIDICO Y LIPOPROTEICO |
*aumento de HDL, disminución de las LDL *incremento en la movilización y oxidación de grasas |
|
REDUCCION DE LA PRESION ARTERIAL |
*mejoría en el control de la presión arterial |
|
INCREMENTO DE LA CAPACIDAD FUNCIONAL CARDIORESPIRATORIA. |
*mejoramiento de la capacidad física y la calidad de vida |
|
EFECTOS POSITIVOS DE ORDEN SICOLOGICO |
*secreción de endorfinas, sensación de bienestar |
|
|
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