La importancia del
envejecimiento activo y la formulación de planes de acción
que promuevan la salud, fue tema de debate desarrollado por el
Programa de Envejecimiento y Ciclo Vital de la OMS como contribución
a la Segunda Asamblea Mundial de las Naciones Unidas sobre el
Envejecimiento, celebrada en abril de 2002 en Madrid, España.
El
envejecimiento activo, permite afrontar muchos de los retos tanto de
las personas como de las poblaciones que están envejeciendo al
contribuir a menos muertes prematuras en las etapas más productivas
de la vida, menos discapacidades relacionadas con enfermedades
crónicas en la ancianidad, más personas que disfruten de una calidad
de vida positiva a medida que vayan envejeciendo, más personas que
participen activamente en los ámbitos sociales, culturales,
económicos y políticos de la sociedad, en la vida doméstica,
familiar y comunitaria, todo lo que significa menos gastos debidos a
los tratamientos médicos y de atención sanitaria.
Los servicios de salud mental, que desempeñan un papel crucial en el
envejecimiento activo, deben considerar la motricidad como parte
integral de la asistencia en este tipo de pacientes. Ya que la
práctica del ejercicio físico con lleva a la adopción de estilos de
vida saludables y a la participación activa en el propio autocuidado
que es importante en todas las etapas del curso vital. Una actividad
física adecuada, una alimentación sana, no fumar y el consumo
prudente de alcohol y medicamentos en la vejez, pueden evitar la
discapacidad, el declive funcional, prolongar la longevidad y
mejorar la propia calidad de vida.
Un estilo
de vida activo en el que se incluya el ejercicio físico
intencionado, mejora la salud mental y suele favorecer los contactos
sociales. El hecho de mantenerse activos puede ayudar a las personas
mayores a mantener la mayor independencia posible y durante el mayor
período de tiempo, además, de reducir el riesgo de caídas. Por lo
tanto existen también ventajas económicas en el hecho de que las
personas mayores permanezcan más activas físicamente.
A
pesar de todo, una gran proporción de personas mayores lleva una
vida sedentaria en la mayoría de los países como es el caso de
Chile, Perú, Colombia y España. Las políticas y los programas de
gobierno de éstos y otros países deben animar a las personas a
estar físicamente más activas a medida que envejecen y
proporcionarles oportunidades para ello. Es especialmente importante
ofrecerles áreas de paseo seguras y apoyarles en actividades
comunitarias que sean culturalmente apropiadas, como también de
acciones que estimulen la cognición pudiendo ser entre otras el
juego o la recreación intencionada.
Los
factores psicológicos como la inteligencia y la capacidad
cognoscitiva son potentes predictores del envejecimiento activo y la
longevidad (Smits et al, 1999). Durante el envejecimiento normal,
algunas capacidades cognitivas como, la velocidad de aprendizaje y
la memoria disminuyen de forma natural con la edad. Sin embargo,
estas pérdidas pueden compensarse por un incremento de la sabiduría,
los conocimientos y la experiencia. A menudo el declive del
rendimiento cognoscitivo se desencadena por el desuso, la
enfermedad, los factores conductuales, los factores psicológicos y
los factores sociales más que por el envejecimiento per se.
Por
otro lado, es importante precisar que las enfermedades
neurodegenerativas se expresan y debutan clínicamente con una
notoria alteración de la capacidad de memoria y de juicio, tanto
para la Enfermedad de Alzheimer y afecciones similares, como para la
llamada Demencia Senil que afecta a ancianos no enfermos
mentalmente. Además, por no tener estas enfermedades un diagnóstico
presuntivo temprano, hace imposible predecir con exactitud cuál o
cuáles de los adultos mayores contraerán alguno de estos tipos de
enfermedad discapacitante.
Por
lo anterior, efectuar una intervención indiscriminada en todos los
adultos mayores permite proteger tanto a los posibles dementes por
Enfermedad de Alzheimer y afecciones similares, como a los ancianos
sanos que sufrirán de demencia senil producto de la edad y del
sedentarismo intelectual y físico.
Al
respecto también es necesario considerar que algunas demencias de
los adultos mayores y ancianos pueden ser tratadas clínicamente con
resultados totales o parcialmente reversibles; sin embargo, otras
demencias una vez que debutan clínicamente son progresivas e
irreversibles. No obstante lo anterior, unas y otras pueden ser
retardados en su expresión clínica si se manejan adecuadamente
algunas causas que ponen en marcha los mecanismos neurológicos
propios de esa enfermedad mental.
Dentro de las causas desencadenantes están la perdida de la
autoestima personal, o los duelos como la viudez, la jubilación o la
partida de los hijos. Todas ellas producen sensación de angustia y
desamparo que llevan a los sujetos al sedentarismo físico y
psíquico, el que a su vez, generalmente, precede a una patología
invalidante como son, entre otras, la enfermedad de Alzheimer, la
enfermedad de Pick, las demencias post–traumáticas y las demencias
vasculares.
La
enfermedad de Alzheimer, es una enfermedad neurodegenerativa de
causa desconocida, progresiva e irreversible, que conduce a la
demencia extrema y a la postración en un plazo variable que va desde
los 3 años a los 10 ó 15 años desde que se expresan los primeros
síntomas. Su principal factor de riesgo es la carga genética del
sujeto y la edad cronológica del enfermo.
Efectivamente,
el 20% de los enfermos de Alzheimer heredan esta predisposición de
sus padres y son afectados por ésta cuando tienen entre 45 y 50 años
de edad. En este caso, se le conoce como “Enfermedad de Alzheimer de
Origen Hereditario o Genético”. A su vez, el 80% restante
corresponde a Enfermedad de Alzheimer Esporádica, cuyo inicio
clínico ocurre alrededor de los 60 años de edad.
Durante su curso la enfermedad atraviesa por tres etapas. La etapa
inicial es la más benigna, caracterizándose por pérdida de memoria,
particularmente de la memoria de corta duración que dice relación
con los acontecimientos inmediatos, y la dificultad para ejercer su
rol laboral o jefe de familia. En esta etapa, es muy importante
estimular la memoria y reforzar las actividades aprendidas durante
la vida laboral para impedir la discapacidad derivada de la
depresión y pérdida de la autoestima del sujeto. De allí que esta
etapa es la más favorable para intervenir con terapias no
farmacológicas, como, la actividad Física dirigida e intencionada,
entre otras.
El
cerebro de un paciente fallecido de enfermedad de Alzheimer, al
igual que el cerebro de un anciano fallecido a muy avanzada edad, se
caracteriza por cuatro eventos histopatológicos: la muerte neuronal,
el depósito de una substancia insoluble en la pared de los vasos
sanguíneos que irrigan las meninges cerebrales, la presencia de
ciertos grumos densos llamados placas seniles y la aparición
intracelular de ovillos neurofibrilares.
Actualmente, existe acuerdo en la comunidad científica
internacional para aceptar que la enfermedad de Alzheimer es de
origen genético. En efecto, recién en el año 1984 Glenner y Worg de
la Universidad de San Diego, en California, USA, dieron cuenta de un
importante descubrimiento científico: determinaron las
características químicas de los depósitos densos encontrados en las
paredes de los vasos sanguíneos de las meninges cerebrales de
pacientes fallecidos de Enfermedad de Alzheimer. Se trataba de
depósitos de una proteína particular compuesta por alrededor de 40
aminoácidos llamada Proteína Beta Amiloide o Proteína Beta A4, la
que a su vez, proviene de una proteína más grande, conocida como
Proteína Precursora del Amiloide o PPA que posee alrededor de 700
aminoácidos.
La
proteína Beta Amiloide es fisiológicamente activa y participa del
citoesqueleto de la membrana celular de todas las células del
organismo. Por razones que aún no están claramente dilucidadas, esta
proteína sufre una alteración de su metabolismo que la transforma
químicamente, produciendo su acumulación en los núcleos basales del
cerebro que posteriormente darán cuenta del cuadro clínico que
caracteriza esta demencia.
Recientemente, se ha reportado que la proteína Beta A4 es producida
por un gen ubicado en el cromosoma 21 del hombre, muy cerca del
locus del gen que codifica para el Síndrome de Down o Mongolismo;
además, en el caso de la Enfermedad de Alzheimer, participan genes
ubicados en los cromosomas 1, 14, 19.
Estos antecedentes, permiten asegurar que la demencia de las
personas mayores que poseen la tara genética, se expresará más tarde
o más temprano de su vida, por lo que se hace indispensable
educarlos cuando están aún sanos para desarrollar las habilidades
que retarden la discapacidad.
Finalmente, vale destacar que este tipo de enfermedad aunque se
encube durante toda la vida, puede mantenerse en estado latente y no
expresarse clínicamente a menos que aparezca una causa
desencadenante del tipo traumante que dé inicio a las
manifestaciones clínicas de la enfermedad.
Por
esta razón, este tipo de patologías no discrimina entre niveles
socio culturales ni socio económicos, pero, al no existir políticas
de salud pública ni centros especializados que atiendan a estos
enfermos, la enfermedad debe vivirse dentro del núcleo familiar,
siendo los sectores más pobres los que requieren de mayor educación
en los factores de riesgo que inducen a la demencia. Dentro de estos
factores se destaca de manera preferente, la violencia intrafamiliar
y en particular la violencia hacia los propios adultos mayores.
El
diagnóstico de la enfermedad de Alzheimer es extraordinariamente
complejo y costoso, aceptándose universalmente que la única forma de
confirmar el diagnóstico clínico es a través de una biopsia cerebral
que se realiza pots-mortem. Un estudio clínico con exámenes de
laboratorio y rendimiento de test cognitivo del enfermo, mide su
capacidad de memoria y comportamiento, permitiendo al médico
tratante hacer un diagnóstico presuntivo de la enfermedad.
Lamentablemente cuando ello ocurre, ya se ha instalado la enfermedad
demenciante e iniciando su curso progresivo irreversible.
No
obstante lo anterior, este tipo de enfermedad mental, puede ser
retardado en su inicio a través de la educación y terapia
ocupacional específica que estimule la capacidad intelectual y
física de las personas que tengan la predisposición genética de ser
portadores de la tara. Adicionalmente, se puede asegurar que aunque
la enfermedad es progresiva e irreversible, es posible, en etapas
tempranas, retardar su evolución a partir de ejercicios
intelectuales y físicos especialmente diseñados para tal efecto.
Por
lo anterior, se deberá invertir en el grupo de mayor riesgo, que son
las personas mayores que se encuentren en un estado de sedentarismo
intelectual y físico, de modo de protegerlos del síndrome socio
cultural deficitario que induce a expresión temprana de la
enfermedad.
Ciertamente, el tipo de trabajo físico a realizar con las personas
mayores en las cuales se pretenda contribuir a prevenir la
discapacidad mental por medio de una intervención lúdica motriz,
debe ser llevada a cabo con una orientación que repercuta
efectivamente en todos aquellos aspectos de la vida afectiva e
intelectual del adulto mayor, como es la capacidad de adaptación, la
memoria, la seguridad, la percepción, la confianza, la atención, la
autoestima y la valoración de lo que es y lo que puede realizar.
El
ejercicio físico intencionado, tiene recursos y elementos que
efectivamente apoyan la estimulación cognitiva. Así por ejemplo, las
actividades de imitación presentadas en forma lúdica permiten
ejercitar la observación, la retención en la memoria y la
recordación para reproducir la rutina. A su vez, los juegos donde es
necesario memorizar palabras, objetos o bien situaciones en un
determinado espacio y/o en el tiempo, estimulan estrategias de
memorización, de retención en memoria y recordación.
Las
actividades de un programa para personas mayores, deben servir a la
prevención y el mantenimiento de las capacidades intelectuales. De
allí que un buen programa de este tipo debe tener objetivos y
contenidos congruentes con el propósito de prevención y mantención
de las capacidades intelectuales, o sea, debe incidir efectivamente
en el mejoramiento de las características psicológicas mediante
ejercicios y juegos que obliguen al participante a estar atento, a
memorizar una serie de movimientos, aprender reglas, los pasos de
una danza o un baile, a crear movimientos nuevos a partir de una
historia, seguir un ritmo, una música, etc, es decir, actividades en
las que el adulto se encuentre analizando, decidiendo el movimiento
y encontrando soluciones motrices a las propuestas de ejercicios del
profesor.
Muchas evidencias indican que la privación de estímulos ambientales
en personas mayores se relaciona directamente con un mayor deterioro
cognitivo. Huppert, en 1998, aplicó un test de memoria a un grupo de
jubilados, demostrando que aquellos ancianos que participaban
regularmente en actividades recreativas bien planificadas e
intencionadas obtenían el mejor puntaje, independientemente del
conocimiento intelectual o el nivel de escolaridad.
La
estimulación psicofísica, desde una perspectiva neurofisiológica,
pretende facilitar el fenómeno de la neuroplasticidad que subyace al
hecho del aprendizaje, incorporando cambios duraderos en la función
sináptica como respuesta a impulsos repetidos presinápticos. Este
mecanismo de sensibilización neuronal permite aumentar las
conexiones dendríticas incluso en cerebros envejecidos.
En resumen, cuando se
implementa un programa de estimulación sin fármacos a personas
ancianas, resulta indispensable que los mayores de 60 años
constituyan un universo muy heterogéneo, frecuentemente con
insuficiente preparación educacional y cultural, portadores de
disfunciones intelectuales, pero todavía conservando capacidad de
aprender debido, al parecer, al fenómeno de la neuroplasticidad
cerebral.
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